La casa es como un pájaro prisionero en sí mismo, que no medirá nunca la longitud del trino. Encarcelada ella que no yo, pues la habito conociéndola, y pongo mi cuidado y mi tino en algo que no sabe ni sabrá de mi cuido. ¿No me siente por dentro removerme, lo mismo que se siente en la entraña la presencia del hijo? Me ignoran los cristales no nos sienten los vidrios tras los cuales luchamos contra el mar y sus ruidos. No sabe que en sus muros crece el amor, que hay sitio para soñar, y que hay mundos y faros escondidos. Ignora de qué modo la nombro y la bendigo. Le digo muchas cosas; la pongo por testigo de todos mis secretos. De lejos, si la miro, me parece que tiene la tristeza de un niño abandonado. Subo sus peldaños, le digo mi nombre, porque note que he regresado. Giro por su caliente espuma, me afano por su brillo, la quiero clara, alegre la enciendo con mis gritos, con el sol, con el aire del salado vecino. Casa nuestra, mi casa... ¡Cómo crecen sus filos! ¡Cómo crece la sombra de Dios aquí escondido! ¡Qué inevitable y fácil la soledad, contigo!
A mí la nieve me quema siendo la nieve tan fría...
¿Que dentro? Salgo a la calle. ¿Que fuera? -No, ¿Que de día? -Yo salgo de noche. ¿Que de noche? Y mi alma se empina para darse contra el sol rotundo del mediodía.
Me gustaría daros, amantes en la orilla, el tronco de algún árbol donde pudierais todos grabar las iniciales. Un álamo o un pino, o un roble, o algún chopo, o la acacia de un parque meticuloso y frío que desdeñáis por este
La casa es como un pájaro prisionero en sí mismo, que no medirá nunca la longitud del trino. Encarcelada ella que no yo, pues la habito conociéndola, y pongo mi cuidado y mi tino en algo que no sabe ni sabrá de mi cuido.