Y aunque no quise el regreso
siempre se vuelve al primer amor.
Alfredo Le Pera
Tú quédate, no impidas
esta mano templada.
Muéstrate verdadera y dime, suave,
la lentitud del mundo si vives en la ausencia:
Saciados el estómago y el sexo,
¿qué queda?
Mullo el vientre calmado de mi amiga,
que entrecierra los ojos
y apenas corresponde:
un roce, como ondas
erizando sus hebras.
Desnuda, libra
la gravedad
de los acantilados
bajo el plácido vuelo
de los pechos
(el corazón,
poroso y rojo,
serena nuestro canto en su caverna).
Si se ovilla
es un monte que ofende en la sabana
la aridez del ocaso,
Y late
con pulso adormecido
una respiración secreta, vegetal:
oigo el musgo crecer sobre su pelvis.
La calavera rumia el sueño de su vida
como el mar en las conchas deshabitadas:
¿Qué reverso del mundo
he de aceptar por no quedarme solo?
Y este beso, ¿se filtra
como vaho en su hipnosis?
¿Es el aliento dulce del incienso
o acaso niebla baja
que sonrosa los bordes
de mi amiga?
Duerme,
duerme sobre nosotros
un cielo ensimismado
mientras cruza su frente
esa nube que apaga,
un momento, la tarde.
Y aunque no quise el regreso
siempre se vuelve al primer amor.
Alfredo Le Pera
Tú quédate, no impidas
esta mano templada.
Muéstrate verdadera y dime, suave,
la lentitud del mundo si vives en la ausencia:
Saciados el estómago y el sexo,
¿qué queda?
Mullo el vientre calmado de mi amiga,
que entrecierra los ojos
y apenas corresponde:
un roce, como ondas
erizando sus hebras.
Desnuda, libra
la gravedad
de los acantilados
La oscuridad del cielo adquiere perspectiva
por los astros que brillan entre nubes dispersas,
y es bello contemplarlo, y peligroso;
el crepitar de leña que nos sugiere el sexo,
canciones de acampada y juventud
dispuesta a emborracharse
Al final de estos brazos unas manos
para tocar por gusto
o acercarle sustento
a la boca que pía.
Igualmente dos piernas acopladas
al tronco: lo pasean
con sus lagares dentro,
con sus filtros y bombas,
sus engranajes sordos.