Y aunque no quise el regreso siempre se vuelve al primer amor. Alfredo Le Pera
Tú quédate, no impidas esta mano templada. Muéstrate verdadera y dime, suave, la lentitud del mundo si vives en la ausencia: que un tiempo nos buscamos torpemente, que nos equivocamos.
Tú acércate con dudas, devuélveme el asombro de aquel breve, infinito primer beso, el temblor en tus ojos de niña sorprendida en el pecado. Deshazte de la ropa.
Tú separa los muslos e imagina el gemido de unos cauces con las aguas crecidas, siente el salitre denso, desbocado del río al diluirse en el océano. Tú piensa en tierras húmedas después de una tormenta.
Y acaríciame dulce, recógeme en tu pecho la promesa de que ya no te vas, susurra que mañana vamos a amanecer, mi vida, a medias; pero antes de que el sueño nos aísle dame otra vez tus labios recién hechos, ondúlalos como una bienvenida, enjúgame el sudor pacientemente, madre.
La oscuridad del cielo adquiere perspectiva por los astros que brillan entre nubes dispersas, y es bello contemplarlo, y peligroso; el crepitar de leña que nos sugiere el sexo, canciones de acampada y juventud dispuesta a emborracharse