Más allá de las puertas, a través de la helada que cubre la ventana formando unas estrellas dispersas-, en la sombra, el mundo esta mirando su cara: está vacía la habitación. Y duerme. La lámpara inclinada muy cerca de su rostro le impide ver el mundo. Ya no recuerda nada. Y la vejez le impide recordar en qué tiempo llegó hasta estos lugares, y por qué está aquí solo. Rodeado de toneles se encuentra aquí perdido. Sus pasos temblorosos hacen temblar el sótano: lo asusta con sus pasos temblorosos: y asusta otra vez a la noche (la noche de sonidos familiares ). Los árboles aúllan allá afuera; todas las ramas crujen. Una luz hay tan sólo para su rostro, quieta, una luz en la noche. A la Luna confía -en esa Luna rota que por ahora vale más que el sol- el cuidado de velar por la nieve que yace sobre el techo, de velar los carámbanos que cuelgan desde el muro. Sigue durmiendo. Un leño se derrumba en la estufa. Despierta con el ruido. Sobresaltado cambia de lugar. Es la noche. Respira suavemente. No puede un viejo solo llenar toda una casa, un rincón de los campos, una granja. No puede. Así un anciano guarda la casa solitaria, en la noche de invierno. Y está solo. Está solo.
El primer tinte de la naturaleza es dorado, Para mantener su verde más intenso. Su hoja temprana va floreciendo Y vive apenas una instante. La hoja muere al caer, danzante, Como se hundió el Edén muy a su pesar, Así el alba día a día desciende,
Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo, Y apenado por no poder tomar los dos Siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie Mirando uno de ellos tan lejos como pude, Hasta donde se perdía en la espesura;
Más allá de las puertas, a través de la helada que cubre la ventana formando unas estrellas dispersas-, en la sombra, el mundo esta mirando su cara: está vacía la habitación. Y duerme. La lámpara inclinada muy cerca de su rostro
Cuando veo abedules oscilar a derecha y a izquierda, ante una hilera de árboles más oscuros, me complace pensar que un muchacho los mece. Pero no es un muchacho quien los deja curvados, sino las tempestades. A menudo hemos visto
Un extraño llegó hasta la puerta en el ocaso, Y habló con el justo novio. Llevaba una vara blanca y verde en la mano, Que a su vez sostenía todas sus cargas. Preguntó, más con los ojos que con los labios, Si habría refugio para él durante la noche,