El día es claro y firme ahora. Ha llovido. Hay un vago recuerdo de la lluvia en el aire. Las grandes hojas guardan sus minúsculas ruinas —Múltiples ojos claros, gotas limpias y débiles― Pero ya el cielo está sencillamente azul (También, es cierto, hay grandes nubes blancas Que ondean su orgulloso algodón y sonríen), Y el aire y su recuerdo se recuestan y duermen. Esta tarde y su lluvia, he pensado en tus ojos. Esta lluvia he pensado en tu piel, y esta tarde, Con su cielo y sus nubes, he pensado en tus ojos.
Una tarde, me he dicho, lloverá frescamente, Lloverá en nuestras flores, lloverá en nuestras hojas, Nuestra casa será regida por la lluvia. (Allí sus hilos largos, de cristal delgadísimo, Se enredarán quizá en nuestros propios pasos. ) Una tarde tan clara como esta misma tarde, Lloverá en nuestra casa. Por eso hoy, inexplicablemente, Mientras su red sin peces descendía la lluvia, Mientras las grandes flores acercaban sus labios Hacia ese largo beso, yo pensaba en tus ojos Tan tristes como míos, y en tus manos, y en ti, Y en otra tarde casi como ésta.
El día es claro y firme ahora. Ha llovido. Hay un vago recuerdo de la lluvia en el aire. Las grandes hojas guardan sus minúsculas ruinas —Múltiples ojos claros, gotas limpias y débiles― Pero ya el cielo está sencillamente azul
Felices los normales, esos seres extraños, Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente, Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida, Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
No hay pruebas. Las pruebas son que no hay pruebas. No estaban, no están, no estarán dadas las condiciones. Creer porque es absurdo, Y creemos. Más absurdo que creer es ser, Y somos.
Así como descreí (al menos eso he repetido) de la fama, Descreí también de la inmortalidad, Y es claro que hoy finado no puedo ser quien traza o dicta estas líneas falsamente póstumas,