No hay pruebas. Las pruebas son que no hay pruebas. No estaban, no están, no estarán dadas las condiciones. Creer porque es absurdo, Y creemos. Más absurdo que creer es ser, Y somos. Nada garantiza que fuera menos absurdo No ser ni creer. Las llamadas pruebas yacen por tierra, Húmedas reliquias de la nave. Se derrumbaron las estatuas mientras dormíamos. Eran de piedra, de mármol, de bronce. Eran de ceniza, Y un grito de ánades las hizo huir en bandadas.
No guardar tesoros donde La humedad, los bichitos los mordisqueen. No guardar tesoros.
El tesoro es no guardarlos. El tesoro es creer. El tesoro es ser.
No existen las hazañas ni los horrores del pasado. El presente es más veloz que la lectura de estas mismas palabras. El poeta saluda las cosas por venir Con una salva en la noche oscura. Sólo lo difícil. Sólo lo oscuro. Y contra él, en él, el fuego levantando Su columna viva, dorada, real.
El día es claro y firme ahora. Ha llovido. Hay un vago recuerdo de la lluvia en el aire. Las grandes hojas guardan sus minúsculas ruinas —Múltiples ojos claros, gotas limpias y débiles― Pero ya el cielo está sencillamente azul
Felices los normales, esos seres extraños, Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente, Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida, Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
No hay pruebas. Las pruebas son que no hay pruebas. No estaban, no están, no estarán dadas las condiciones. Creer porque es absurdo, Y creemos. Más absurdo que creer es ser, Y somos.
Así como descreí (al menos eso he repetido) de la fama, Descreí también de la inmortalidad, Y es claro que hoy finado no puedo ser quien traza o dicta estas líneas falsamente póstumas,