He aquí la regla de oro, el secreto del orden: Tener un sitio para cada cosa y tener cada cosa en su sitio. Así arreglé mi casa. Impecable anaquel el de los libros: Un apartado para las novelas, otro para el ensayo y la poesía en todo lo demás.
Si abres una alacena huele a espliego y no confundirás los manteles de lino con los que se usan cotidianamente. Y hay también la vajilla de la gran ocasión y la otra que se usa, se rompe, se repone y nunca está completa. La ropa en su cajón correspondiente.
Y los muebles guardando las distancias y la composición que los hace armoniosos. Naturalmente que la superficie (de lo que sea) está pulida y limpia.
Y es también natural Que el polvo no se esconda en los rincones. Pero hay algunas cosas que provisionalmente coloqué aquí y allá o que eché en el lugar de los trebejos. Algunas cosas. Por ejemplo, un llanto que no se lloró nunca; una nostalgia de que me distraje, un dolor, un dolor del que se borró el nombre, un juramento no cumplido, un ansia.
Que se desvaneció como el perfume de un frasco mal cerrado y retazos de tiempo perdido en cualquier parte. Esto me desazona. Siempre digo: mañana… y luego olvido. Y muestro a las visitas, orgullosa, una sala en la que resplandece la regla de oro que me dio mi madre.
A medianoche el centinela alerta grita ¿quién vive? y alguien -yo, sí, yo, no ese mudo de enfrente- debía responder por sí, por otros. Pero apenas despierto y además ignoro el santo y seña de los que hablan.
Guardiana de las tumbas; botín para mi hermano, el de la corva garra de gavilán; nave de airosas velas, nave graciosa, sacrificada al rayo de las tempestades; mujer que asienta por primera vez la planta del pie en tierras desoladas
Antes cuando me hablaba de mí misma, decía: si yo soy lo que soy y dejo que en mi cuerpo, que en mis años suceda ese proceso que la semilla le permite al árbol y la piedra a la estatua, seré la plenitud.
El mundo gime estéril como un hongo. Es la hoja caduca y sin viento en otoño, la uva pisoteada en el lagar del tiempo pródiga en zumos agrios y letales. Es esta rueda isócrona fija entre cuatro cirios, esta nube exprimida y paralítica