Toma de conciencia, de Rosario Castellanos | Poema

    Poema en español
    Toma de conciencia

    A medianoche el centinela alerta 
    grita ¿quién vive? y alguien -yo, sí, yo, 
    no ese mudo de enfrente- 
    debía responder por sí, por otros. 
    Pero apenas despierto y además 
    ignoro el santo y seña de los que hablan. 

    Malhumorada, irónica, levantando los hombros 
    como a quien no le importa, yo digo que no sé 
    sino que sobrevivo 
    a mínimas tragedias cotidianas: 
    la uña que se rompe, la mancha en el mantel, 
    el hilo de la media que se va, 
    el globo que se escapa de las manos de mi hijo. 

    Contemplo esto y no muero. Y no porque sea fuerte 
    sino porque no entiendo si lo que pasa es grave, 
    irreversible, significativo, 
    ni si de un modo misterioso estoy 
    atrapada en la red de los sucesos. 

    Pero la verdad es que, aún soñolienta, 
    me levanto, me baño, canturreo 
    pensando en otras cosas. 
    Y luego desayuno, 
    tranquila, sobriamente, leyendo la noticia 
    del viejo avaro al que sus asesinos 
    buscaron las monedas que escondía 
    (a puñaladas) dentro de su entraña. 

    No, me palpo y no siento la herida. Todavía 
    soy una mujer sola. 

    Bebo el café y mi mano 
    no tiembla cuando doy vuelta a la página 
    y allí, en un arrozal remoto, agazapado, 
    tiritando de frío y de terror 
    de un enemigo que también se esconde 
    y que también tirita, 
    encuentro a un hombre que es distinto a mí 
    por el color, por el idioma, pero 
    igual en el relámpago que ilumina este instante 
    en el que él y su adversario, y yo, que no los veo, 
    estamos juntos, somos uno solo 
    y en nosotros respira el universo. 

    Amor mío, que a veces vienes a visitarme 
    y me estrechas la mano 
    o simplemente miras con piedad que envejezco, 
    no te sientas más próximo que aquel del arrozal 
    o del que un día lejano 
    (ya ni siquiera puedo decir dónde) 
    me dio a beber un sorbo de agua fresca 
    en jornada de sed y de intemperie. 

    Porque soy algo más ahora, por fin lo sé, 
    que una persona, un cuerpo y la celda de un nombre. 

    Yo soy un ancho patio, una gran casa abierta: 
    yo soy una memoria. 

    Permaneces allí, imagen del que ha muerto, 
    rostro del que partió con la promesa 
    de volver, como flor entre los labios. 

    A mí, como a una hoguera en pleno campo, 
    se arriman en la noche los de mi tribu y otros 
    desconocidos y aun algunos animales 
    cuya inocencia guardo. 

    En medio de este corro de presencias 
    soy lo que soy: materia 
    que arde, que difunde calor y luz. Crepito 
    la respuesta gozosa: ¡viven todos!