Porque éramos amigos y a ratos, nos amábamos; quizá para añadir otro interés a los muchos que ya nos obligaban decidimos jugar juegos de inteligencia.
Pusimos un tablero enfrente equitativo en piezas, en valores, en posibilidad de movimientos. Aprendimos las reglas, les juramos respeto y empezó la partida.
Henos aquí hace un siglo, sentados, meditando encarnizadamente como dar el zarpazo último que aniquile de modo inapelable y, para siempre, al otro.
—¿Si soy casada? Sí. Esto quiere decir que se levantó un acta en alguna oficina y se volvió amarilla con el tiempo y que hubo ceremonia en una iglesia con padrinos y todo. Y el banquete y la semana entera en Acapulco.
¿Mujer de ideas? No, nunca he tenido una. Jamás repetí otras (por pudor o por fallas nemotécnicas). ¿Mujer de acción? Tampoco. Basta mirara la talla de mis pies y mis manos.
A veces (y no trates de restarle importancia diciendo que no ocurre con frecuencia se te quiebra la vara con que mides se te extravía la brújula y ya no entiendes nada
Vine de lejos. Olvidé mi patria. Ya no entiendo el idioma que allá usan de moneda o herramienta. Alcancé la mudez mineral de la estatua. Pues la pereza y el desprecio y algo que no sé discernir me han defendido de este lenguaje, de este terciopelo