Sólo la voz, la piel, la superficie Pulida de las cosas.
Basta. No quiere más la oreja, que su cuenco Rebalsaría y la mano ya no alcanza A tocar más allá.
Distraída, resbala, acariciando Y lentamente sabe del contorno. Se retira saciada Sin advertir el ulular inútil De la cautividad de las entrañas Ni el ímpetu del cuajo de la sangre Que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo Ya para siempre ciego del sollozo.
El que se va se lleva su memoria, Su modo de ser río, de ser aire, De ser adiós y nunca.
Hasta que un día otro lo para, lo detiene Y lo reduce a voz, a piel, a superficie Ofrecida, entregada, mientras dentro de sí La oculta soledad aguarda y tiembla.
—¿Si soy casada? Sí. Esto quiere decir que se levantó un acta en alguna oficina y se volvió amarilla con el tiempo y que hubo ceremonia en una iglesia con padrinos y todo. Y el banquete y la semana entera en Acapulco.
¿Mujer de ideas? No, nunca he tenido una. Jamás repetí otras (por pudor o por fallas nemotécnicas). ¿Mujer de acción? Tampoco. Basta mirara la talla de mis pies y mis manos.
¿Por qué decir nombres de dioses, astros espumas de un océano invisible, polen de los jardines más remotos? Si nos duele la vida, si cada día llega desgarrando la entraña, si cada noche cae convulsa, asesinada.
Amigo, no es posible ni nacer ni morir sino con otro. Es bueno que la amistad le quite al trabajo esa cara de castigo y a la alegría ese aire ilícito de robo.