Telenovela, de Rosario Castellanos | Poema

    Poema en español
    Telenovela

    El sitio que dejó vacante Homero, 
    el centro que ocupaba Scherezada 
    (o antes de la invención del lenguaje, el lugar 
    en que se congregaba la gente de la tribu 
    para escuchar al fuego) 
    ahora está ocupado por la Gran Caja Idiota. 

    Los hermanos olvidan sus rencillas 
    y fraternizan en el mismo sofá; señora y sierva 
    declaran abolidas diferencias de clase 
    y ahora son algo más que iguales: cómplices. 

    La muchacha abandona 
    el balcón que le sirve de vitrina 
    para exhibir disponibilidades 
    y hasta el padre renuncia a la partida 
    de dominó y pospone 
    los otros vergonzantes merodeos nocturnos. 

    Porque aquí, en la pantalla, una enfermera 
    se enfrenta con la esposa frívola del doctor 
    y le dicta una cátedra 
    en que habla de moral profesional 
    y las interferencias de la vida privada. 

    Porque una viuda cosa hasta perder la vista 
    para costear el baile de su hija quinceañera 
    que se avergüenza de ella y de su sacrificio 
    y la hace figurar como una criada. 

    Porque una novia espera al que se fue; 
    porque una intrigante urde mentiras: 
    porque se falsifica un testamento; 
    porque una soltera da un mal paso 
    y no acierta a ocultar las consecuencias. 

    Pero también porque la debutante 
    ahuyenta a todos con su mal aliento. 
    Porque la lavandera entona una aleluya 
    en loor del poderoso detergente. 
    Porque el amor está garantizado 
    por un desodorante 
    y una marca especial de cigarrillos 
    y hay que brindar por él con alguna bebida 
    que nos hace felices y distintos. 

    Y hay que comprar, comprar, comprar, comprar. 
    Porque compra es sinónimo de orgasmo, 
    porque comprar es igual que beatitud, 
    porque el que compra se hace semejante a dioses. 

    No hay en ello herejía. 
    Porque en la concepción y en la creación del hombre 
    se usó como elemento la carencia. 
    Se hizo de él un ser menesteroso, 
    una criatura a la que le hace falta 
    lo grande y lo pequeño. 

    Y el secreto teológico, el murmullo 
    murmurado al oído del poeta, 
    la discusión del aula del filósofo 
    es ahora potestad del publicista. 

    Como dijimos antes no hay nada malo en ello. 
    Se está siguiendo un orden natural 
    y recurriendo a su canal idóneo. 

    Cuando el programa acaba 
    la reunión se disuelve. 
    Cada uno va a su cuarto 
    mascullando un —apenas— «buenas noches». 

    Y duerme. Y tiene hermosos sueños prefabricados.