Somos los hombres huecos Los hombres rellenos de aserrín Que se apoyan unos contra otros Con cabezas embutidas de paja. ¡Sea! Ásperas nuestras voces, cuando Susurramos juntos Quedas, sin sentido Como viento sobre hierba seca O el trotar de ratas sobre vidrios rotos En los sótanos secos Contornos sin forma, sombras sin color, Paralizada fuerza, ademán inmóvil; Aquellos que han cruzado Con los ojos fijos, al otro Reino de la muerte Nos recuerdan -si acaso- No como almas perdidas y violentas Sino, tan sólo, como hombres huecos, Hombres rellenos de aserrín.
Yo observo: «¡Nuestra amiga sentimental, la luna! O quizás (es fantástico, confieso) puede ser el globo del Preste Juan o una vieja y abollada linterna colgada en lo alto para alumbrar a los pobres viajeros en su angustia». Y ella entonces: «¡Cómo divagas!»
Vamos, tú y yo, a la hora en que la tarde se extiende sobre el cielo cual un paciente adormecido sobre la mesa por el éter: vamos a través de ciertas calles semisolitarias, refugios bulliciosos de noches de desvelo en hoteluchos para pernoctar
Hay varias actitudes hacia la Navidad, Alguna de las cuales podemos pasar por alto: La social, la adormecida, la patentemente comercial, La alborotada (los bares abiertos hasta la medianoche) Y la infantil -que no es la del niño
Desde que el dorado octubre declinó en sombrío noviembre y las manzanas fueron recogidas y guardadas, y la tierra se volvió ramas de muerte, pardas y agudas, en un erial de agua y lodo, el año nuevo espera, respira, espera, murmura en la sombra.