En las sendas no holladas.
En los sembrados al margen de las represas,
huyendo de la vida vana,
de todas las normas hasta hoy proclamadas, de los placeres
beneficios, conformidades,
de todo cuanto ofrendé para salvar mi alma,
diáfanas ahora para mí las normas no proclamadas aún,
tan diáfanas como mi alma,
cual el alma del hombre, yo hablo para regocijo de los camaradas,
aquí estoy solo, frente a la estridencia del mundo,
altisonante y hablando aquí con aromáticas palabras,
sin rubor alguno (pues que en este lugar apartado puedo
dar respuestas que nadie osaría),
fortalecido por la vida que en mí a manifestarse no se
atreve y que, sin embargo, palpita,
resuelto hoy a no cantar otros cantos que los del másculo afecto,
proyectándolos a lo largo de esta vida sustancial,
legando desde aquí tipos de atlético amor,
en el atardecer de este delicioso setiembre, en mis cuarenta y un años,
procedo para todos los que son o han sido jóvenes,
confío el secreto de mis noches y días,
celebro la necesidad de los camaradas.