A ti, de Walt Whitman | Poema

    Poema en español
    A ti

    Quienquiera que seas, sospecho con temor que caminas por los senderos de los sueños, 
    Temo que estas realidades ilusorias se desvanezcan bajo tus pies y entre tus manos, 
    Desde ahora tus facciones, alegrías, lenguaje, casa, negocio, modales, molestias, locuras, traje, se separan de ti, 
    se me aparecen tu alma y tu cuerpo verdaderos, 
    se apartan de negocios, comercio, tiendas, trabajo, granja, casa, compra, venta, comer, beber, sufrimiento, muerte. 

    Quienquiera que seas, pongo sobre tí mis manos para que seas mi poema, 
    te murmuro al oído: 
    he amado a muchas mujeres y a muchos hombres, pero a nadie he amado tanto como a tí. 

    Oh, he sido tardo y mudo, 
    debí haberme abierto camino hacia tí hace mucho tiempo, 
    no debí haber proclamado a nadie sino a tí, no debí haber cantado a nadie sino a tí. 

    Lo abandonaré todo y vendré, y cantaré himnos en tu honor, 
    nadie te ha comprendido, pero yo te comprendo, 
    nadie te ha justificado, y tú no te has justificado tampoco, 
    no hay nadie que no te haya encontrado imperfecto, sólo yo no hallo en ti imperfecciones, 
    no hay nadie que no haya querido esclavizarte, yo soy el único que no aceptará tu servidumbre, 
    yo soy el único que no te impone señor, ni dueño, ni superior, ni Dios, fuera de los que hay intrínsecamente en ti mismo. 

    Los pintores han representado sus grupos abigarrados alrededor de una figura central, 
    de la cabeza de la figura central se extiende un nimbo de luz áurea, 
    pero yo pinto miríadas de cabezas, y a ninguna le falta su nimbo de luz áurea, 
    que de mis manos, y del cerebro de todo hombre y mujer, fluye y resplandece eternamente. 

    ¡Oh, yo podría cantar de tí grandezas y glorias! 
    No te has conocido a ti mismo, tu vida entera sólo ha sido un sueño interior, 
    tus párpados han estado cerrados casi siempre, 
    tus actos vuelven a ti para escarnecerte 
    (si tu trabajo, tu saber, tus plegarias no vuelven a ti para escarnecerte, ¿para qué vuelven?), 
    el escarnio no te pertenece, debajo de él y dentro de él te veo en acecho, 
    te he seguido hasta donde nadie te ha seguido, 
    si el silencio, la mesa de trabajo, la expresión petulante, la noche, la rutina diaria te ocultan de los demás o de ti mismo, no te ocultan de mí, 
    si el rostro rasurado, el ojo inquieto, la tez impura engañan a los demás, a mí no me engañan, 
    yo aparto el vestido llamativo, la actividad vergonzosa, la embriaguez, la codicia, la muerte prematura. 
    No hay don de hombre o de mujer que no se adapte a ti, 
    no hay virtud ni belleza en el hombre o en la mujer que no estén también en ti, 
    y ningún placer les aguarda al hombre o a la mujer que no te aguarde también a ti. 

    En cuanto a mí, yo no doy nada a nadie sin darte a ti otra cosa igual, 
    yo no canto la gloria de nadie, ni la de Dios, antes de cantar tu gloria. 

    ¡Quienquiera que seas, reclama lo tuyo a cualquier precio! 
    Las pompas de Oriente y Occidente son insignificantes comparadas contigo, estas praderas inmensas, estos ríos interminables: tú eres inmenso e interminable como ellos, 
    estos furores, elementos, borrascas, movimientos de la naturaleza, agonías de aparente aniquilamiento: eres tú, hombre o mujer, su soberano o soberana, 
    soberano o soberana, por tu propio derecho, eres dueño o dueña de la naturaleza, elementos, dolor, pasiones, aniquilamiento. 

    Las trabas caen de tus tobillos, encuentras en ti recursos inagotables, 
    viejo o joven, hombre o mujer, grosero, bajo, rechazado por todos, lo que tú seas te proclama, 
    a través del nacimiento, vida, muerte, entierro, los medios abundantes, nada te será escatimado, 
    a través de cóleras, pérdidas, ambiciones, ignorancia, hastío, lo que tú eres se abrirá paso.

    Walt Whitman (West Hills, 1819 - Candem, 1892) fue uno de los más importantes poetas estadounidenses, pilar fundamental de toda la lírica contemporánea. De orígenes humildes, se formó en buena medida de manera autodidacta y comenzó a trabajar muy pronto en imprentas, periódicos y pequeñas escuelas. En 1855, insospechadamente, puso patas arriba tanto su obra literaria previa (cuentos y poemas cortados con la medida tradicional inglesa) como la poesía de su tiempo y la futura gracias a la publicación de Hojas de hierba: un poemario breve, autopublicado y en su primera edición casi anónimo (un nombre escondido en la página de créditos), escrito con un lenguaje audaz, directo y natural, que reflejaba, por fin, la nueva sociedad del Nuevo Mundo, sus gentes, sus calles, sus vidas, así como esa fuerza divina y natural que alienta por igual todo lo vivo. A lo largo de los años, desde 1855 hasta su muerte en 1892, mientras trabajaba en diversos empleos administrativos previos a su retiro a causa de una severa y creciente parálisis, Whitman llegó a publicar una decena de ediciones distintas del libro que dieron lugar a un crecimiento orgánico de la obra, en correspondencia con el devenir vital de su autor: la experiencia brutal de la Guerra de Secesión, los cambios políticos y económicos de su país, la transformación de la experiencia urbana, el retorno maduro a una naturaleza siempre presente desde la infancia, la crudeza de la enfermedad, la avalancha apremiante del fin.