Las horas... 
Las olas... 
las que en el mar 
lentamente se 
mecen con placidez 
de corriente; 
las ondas 
que entre los peces 
van y vienen 
suavemente. 
Las horas... 
transparentes 
como toronjas 
de naranjas 
orondas. 
Alondras 
que pían 
entre las frondas 
de los meses, 
casi redondas 
como hojas 
que el árbol 
de vida tejen, 
con corolas 
que van rozándonos 
verdes, 
al aire de gracia 
tenues. 
Las otras: 
las que nos pierden, 
hojas de metal 
las cobras 
que más muerden, 
colas de escorpión 
las ondas 
que a distancia 
cual pedradas 
hieren. 
Las olas... 
las del mar, 
con largas colas 
de alga 
y de sal; 
caracolas 
o barcarolas 
con sus vaivenes 
y sus columpios 
de desdenes; 
con sus idas 
y venidas, 
sus bajadas 
y subidas, 
blancos bueyes 
de acometida 
con cornadas 
de recaída. 
Las horas... 
las que nos doran: 
las opulentas Pomonas, 
las que se desgranan 
en las eras 
como semillas 
de hermosas 
sementeras; 
las hormiguitas 
de las grandes 
Eras 
de la Historia, 
las del cuerno 
de Amaltea, 
las polícromas 
y prolíferas 
diosas 
Floras. 
Las Horas 
que nos sostienen 
amorosas 
como a Afrodita 
cuando sale 
de las olas, 
al emerger 
de los sueños 
alentando 
cada empeño. 
Las horas 
que más nos quieren 
al empaparnos 
de mieles, 
al festejarnos 
de esquilas, 
al coronarnos 
las sienes 
de siemprevivas 
y de lises 
y aureolas... 
Las horas 
que más prometen 
cuando el alma 
se enamora, 
las que en un fanal 
nos meten 
forjándonos 
a deshora 
largos mantos 
de esperanza 
con oro 
de sus esporas. 
Las otras. 
Las que se temen, 
las que comprometen 
a solas, 
en esquifes 
o arrecifes, 
sobre acantilados 
desolados, 
o en istmos 
con seísmos 
en medio 
de oscurantismos 
sin posibles cabriolas... 
Las horas 
que nos delatan 
cuando nos aprietan 
y nos atan, 
las que acusan 
y rehusan 
cuando afiladas 
os alcanzan 
y nos clavan 
en lo oscuro 
contra un muro 
sin salida, 
ya al acabarse 
la vida, 
cuando ya 
no se dilatan, 
cuando ya 
no queda gota 
de agua limpia 
en la clepsidra... 
las últimas, 
las que matan. 
Las olas 
que van perdiéndose 
a prisa 
como notas 
apagadas 
en la cantata 
sagrada 
de una misa 
al oficiarse 
en altares 
de altos mares. 
Las olas... 
las verdes olas 
que refulgen 
y esplenden 
cuando cabrillean 
y perlean; 
cuando zumban 
y retumban; 
cuando braman... 
cuando llaman 
entre rocas 
o entre tumbas; 
cuando encantan 
con sirenas 
o con cornamusas. 
Las olas... 
tantas estolas 
azules, 
verdes 
y malvas, 
de Epifanías 
y de Albas, 
de Vísperas, 
de Tinieblas, 
de Pentecostés 
de fuego 
y de Réquiem 
de sosiego, 
de Cuaresmas 
y Natales, 
las de pilas 
bautismales 
y expectativas 
de Adviento, 
las de las Ferias 
Pascuales 
del contento. 
Estolas 
dobladas 
sobre las olas, 
cruzadas 
sobre las horas, 
como los brazos 
y manos 
de un muerto, 
sosteniendo 
las pequeñas 
crucecitas 
del tiempo; 
como péndolas 
paradas 
de relojes 
polvorientos; 
estolas 
pintadas 
sobre negro 
de catafalco 
y de entierro 
con cruces blancas 
igual que tibias 
resecas 
y huecas 
de Memento... 
Las olas... 
Las horas...