¿Dónde estarás ahora? Eras tan dulce, niño
de los cabellos rubios y los ojos de acero…
niño que a pesar mío fuiste mi prisionero,
¡Oh, mi pálido niño!
Tan humilde era el beso que besaba mis plantas,
con tan honda delicia, con tan límpida queja,
que a medida que el tiempo va pasando y se aleja
lo desean mis plantas.
Te quedabas callado en las tardes de oro
cuando un libro en las manos nos ponía tristeza,
y luego en mis rodillas caía tu cabeza
como un copo de oro.
Entonces de tu alma ascendían perfumes
hasta el alma cansada que agobiaba mi pecho…
¡oh, tu alma… tan fresca como rama de helecho!
Ascendía en perfumes.
Niño que yo adoraba… oh tus lágrimas blancas
que regaban copiosas la palabra imposible,
fui tu hermana discreta, niño triste y sensible
de las lágrimas blancas.
Como a ti no amé a nadie, niño dulce y sombrío
que lloraste en mis brazos mi desvío prudente.
Te amará mi recuerdo inacabablemente,
niño dulce y sombrío.
Vamos hacia los árboles… el sueño
se hará en nosotros por virtud celeste.
Vamos hacia los árboles; la noche
nos será blanda, la tristeza leve.
Vamos hacia los árboles, el alma
adormecida de perfume agreste,
pero calla, no hables, sé piadoso;
no despiertes los pájaros que duermen.