Hermoso es morir joven
y dejar el recuerdo de la piel no tocada
por agravios del tiempo:
pero lo es más haber vivido mucho
y haber hecho que el cuerpo se fatigue
de amor y de labor. Es muy hermoso
incorporarse al coro con voz nueva,
destemplar el unísono con un grito de júbilo
para sellar los labios
después: pero es más bello
que los años trabajen la palabra y el canto
fundidos, de manera que una nueva armonía
se logre en el conjunto, desconocida antes.
Feliz aquél que puede las causas de las cosas
adivinar temprano,
mas el que se retarda
adrede, no queriendo que nada se le esconda,
llega más lejos: día
tras día desenvuelve
un camino que otros ya encontrarán pisado
y transitable.
Hermoso
es aprender, rozar lo no sabido,
descerrajar las puertas, rasgar túnicas, velos,
impedir que se queden los damascos
colgados de doradas galerías
llenas de polvo, pero el mayor premio
para el hombre que vive y dice y ama
es lograr el lenguaje
con el que los balcones, definitivamente
abiertos, comunican
su saber soleado a las estancias;
sacar del negro engaño a la tiniebla,
y a la misma penumbra de sus grises cenizas;
en la piel de las cosas
acomodar la luz, como quien créese
divino y con la fuerza
de la garganta hace que se levante un mundo
resistente a los años.
Hermoso es morir joven
y dejar el recuerdo de la piel no tocada
por agravios del tiempo:
pero lo es más haber vivido mucho
y haber hecho que el cuerpo se fatigue
de amor y de labor. Es muy hermoso
incorporarse al coro con voz nueva,
Amor, amor, amor, la savia suelta,
el potro desbocado, amor, al campo,
la calle, el cielo, las ventanas libres,
las puertas libres, los océanos hondos
y los escaparates que ofrecen cuando hay
que ofrecer al deseo de los vivos.
Todo buen poema de amor es prosa.
T. S. Eliot
Porque estás ahí delante -siempre delante, eso sí-,
pero confieso humildemente que no puedo encerrarte en un cauce.
No sé cómo poner música a la música,
como dar olor al jazmín,
Entrada ya la noche,
empapado el desmonte por la lluvia reciente,
trepábamos por él, y el mismo ramo
vencido de mimosas nos despeinaba. Luego,
siempre, en silencio, hacíamos
en el repecho un alto, y te miraba,
enamorada cómplice, mientras tomaba aliento
Es preciso que cuente la historia de Juanico,
aquél a quien sedujo mi niñera, una tarde
de verano. ( Se ha dicho que fue bajo los pinos. )