Hermoso es morir joven y dejar el recuerdo de la piel no tocada por agravios del tiempo: pero lo es más haber vivido mucho y haber hecho que el cuerpo se fatigue de amor y de labor. Es muy hermoso incorporarse al coro con voz nueva, destemplar el unísono con un grito de júbilo para sellar los labios después: pero es más bello que los años trabajen la palabra y el canto fundidos, de manera que una nueva armonía se logre en el conjunto, desconocida antes. Feliz aquél que puede las causas de las cosas adivinar temprano, mas el que se retarda adrede, no queriendo que nada se le esconda, llega más lejos: día tras día desenvuelve un camino que otros ya encontrarán pisado y transitable. Hermoso es aprender, rozar lo no sabido, descerrajar las puertas, rasgar túnicas, velos, impedir que se queden los damascos colgados de doradas galerías llenas de polvo, pero el mayor premio para el hombre que vive y dice y ama es lograr el lenguaje con el que los balcones, definitivamente abiertos, comunican su saber soleado a las estancias; sacar del negro engaño a la tiniebla, y a la misma penumbra de sus grises cenizas; en la piel de las cosas acomodar la luz, como quien créese divino y con la fuerza de la garganta hace que se levante un mundo resistente a los años.
Hermoso es morir joven y dejar el recuerdo de la piel no tocada por agravios del tiempo: pero lo es más haber vivido mucho y haber hecho que el cuerpo se fatigue de amor y de labor. Es muy hermoso incorporarse al coro con voz nueva,
Amor, amor, amor, la savia suelta, el potro desbocado, amor, al campo, la calle, el cielo, las ventanas libres, las puertas libres, los océanos hondos y los escaparates que ofrecen cuando hay que ofrecer al deseo de los vivos.
Porque estás ahí delante -siempre delante, eso sí-, pero confieso humildemente que no puedo encerrarte en un cauce. No sé cómo poner música a la música, como dar olor al jazmín,
Entrada ya la noche, empapado el desmonte por la lluvia reciente, trepábamos por él, y el mismo ramo vencido de mimosas nos despeinaba. Luego, siempre, en silencio, hacíamos en el repecho un alto, y te miraba, enamorada cómplice, mientras tomaba aliento