Casilla de Blas, de Alfonso Canales | Poema

    Poema en español
    Casilla de Blas

    Entrada ya la noche, 
    empapado el desmonte por la lluvia reciente, 
    trepábamos por él, y el mismo ramo 
    vencido de mimosas nos despeinaba. Luego, 
    siempre, en silencio, hacíamos 
    en el repecho un alto, y te miraba, 
    enamorada cómplice, mientras tomaba aliento 
    (¿necesitaba aliento entonces yo?) y fingía 
    actitudes seguras. Revelaban las cosas, 
    desasidos los ojos de la luz, los detalles 
    precisos, y la puerta de pino marchitado 
    gritaba levemente. Entrábamos. El suelo 
    era terrizo y sin mullir, y nunca 
    era adoptado de improviso para 
    aquello que veníamos 
    a hacer. Se demoraba nuestra entrega a su duro 
    (¿pero había dureza en algún sitio entonces?) 
    regazo. Nos amábamos, 
    nos abrazábamos de pie, ajustaban 
    con frenesí los cuerpos las esperas 
    vencidas, como si de muy distantes 
    extremos nos hubiéramos lanzado 
    al encuentro. Encendíamos un fósforo 
    más tarde, y nos hacíamos los nuevos 
    en la reconstruida situación. 
        Las paredes 
    de tablas ripias siempre nos mostraban 
    las mismas vetas grises, los idénticos 
    nudos vaciados, las usuales lágrimas 
    de orín: cuerpo de Blas. ¿Quién había sido 
    aquel Blas que entregaba sus despojos, 
    su piel de ofidio puesto 
    a la moda de estío, a unos amantes 
    secretos? Ya murió. Pero vivíamos 
    por él ahora en su barraca hecha 
    a fuerza de morir. Y había gemidos 
    de goznes oxidados, saltos súbitos 
    de su leña secándose, palabras 
    de su antiguo contorno que asentían 
    a nuestro susurrado 
    decir. 
        Blas era un guarda 
    (¿a quién guardaba Blas?) de noche (¿de qué 
    noche?) a quien un mal día 
    se le acabó el trabajo. No pensemos 
    más en Blas. 
        Sobre el suelo de los pasos 
    de Blas pusimos telas y papeles, 
    caricias y manjares raros. Edificamos 
    sobre el suelo de Blas la retorcida 
    torre que somos hoy. Sobre la muerte 
    de Blas se han levantado nuestros hijos 
    de hoy: y cuando no se nos parecen, 
    cuando se ausentan de nosotros, bullen 
    en otras casas que improvisan, pienso 
    que tal vez sean los hijos 
    de aquel buen Blas que nos dejó la suya. 

    • Hermoso es morir joven 
      y dejar el recuerdo de la piel no tocada 
      por agravios del tiempo: 
      pero lo es más haber vivido mucho 
      y haber hecho que el cuerpo se fatigue 
      de amor y de labor. Es muy hermoso 
      incorporarse al coro con voz nueva, 

    • Amor, amor, amor, la savia suelta, 
      el potro desbocado, amor, al campo, 
      la calle, el cielo, las ventanas libres, 
      las puertas libres, los océanos hondos 
      y los escaparates que ofrecen cuando hay 
      que ofrecer al deseo de los vivos. 

    • Todo buen poema de amor es prosa.
      T. S. Eliot 

       
      Porque estás ahí delante -siempre delante, eso sí-, 
      pero confieso humildemente que no puedo encerrarte en un cauce. 
      No sé cómo poner música a la música, 
      como dar olor al jazmín, 

    • Entrada ya la noche, 
      empapado el desmonte por la lluvia reciente, 
      trepábamos por él, y el mismo ramo 
      vencido de mimosas nos despeinaba. Luego, 
      siempre, en silencio, hacíamos 
      en el repecho un alto, y te miraba, 
      enamorada cómplice, mientras tomaba aliento