Porque estás ahí delante -siempre delante, eso sí-, pero confieso humildemente que no puedo encerrarte en un cauce. No sé cómo poner música a la música, como dar olor al jazmín, color al sol que se hunde por la tarde, como quien dice: esto se ha acabado, no esperen ustedes que salga mañana por la mañana.
Yo no sé si me explico, pero es que hay cosas que no son para cantadas, sino para dichas llanamente, después de tomar una cerveza. -Está lloviendo-, apunta uno: y en dos palabras se encierra un terrible suceso, algo que hiere los tejados. y deja caer sobre los charcos más lágrimas de las que pudieran derramar los humanos ojos, incluso poniéndose en lo peor de las cosas. -Es de día-: y con ello entra el sol en el alma, como una aguja caliente, y nos sentimos seguros de que, por el momento, Dios no nos olvida.
Y así con el amor uno vive, viviendo. Uno olvida que, cada día, Dios nos pone tierra bajo los pies, aire sobre la boca y azul en las pupilas. Uno olvida que el corazón se apoya, cada día, como un blando sillar, en otro corazón.
Y cuando se cae en la cuenta de todo -esto no sucede a menudo-, resulta imposible medir un verso con los dedos Un gran tajo circunda a los amantes, y lo demás puede decirse en dos palabras.
Hermoso es morir joven y dejar el recuerdo de la piel no tocada por agravios del tiempo: pero lo es más haber vivido mucho y haber hecho que el cuerpo se fatigue de amor y de labor. Es muy hermoso incorporarse al coro con voz nueva,
Amor, amor, amor, la savia suelta, el potro desbocado, amor, al campo, la calle, el cielo, las ventanas libres, las puertas libres, los océanos hondos y los escaparates que ofrecen cuando hay que ofrecer al deseo de los vivos.
Porque estás ahí delante -siempre delante, eso sí-, pero confieso humildemente que no puedo encerrarte en un cauce. No sé cómo poner música a la música, como dar olor al jazmín,
Entrada ya la noche, empapado el desmonte por la lluvia reciente, trepábamos por él, y el mismo ramo vencido de mimosas nos despeinaba. Luego, siempre, en silencio, hacíamos en el repecho un alto, y te miraba, enamorada cómplice, mientras tomaba aliento