Los cabrones avariciosos del pueblo han talado todos los chopos de la ribera. Ahora, el río fluye calvo a su paso por el municipio. Entre los lugareños se comenta que los mandatarios se han embolsado 100.000 euros con la acción. Sólo han dejado en pie el viejo tronco donde anida la cigüeña. Cientos de tocones lo observan, envidiosos, a ras de suelo.
Papá solía columpiarme en la chopera. La pantalla de mi móvil se cascó contra sus guijarros. Algunos chavales pescaban a la sombra. Otros tragaban nubes paradisíacas. Se daba y recibía amor (arrugados y pringosos pañuelos así lo atestiguan). Se jugaba al Medievo... La zona no se habrá recuperado hasta mis cuarenta. Por el momento, mi pueblo es visible desde la carretera de Cervera. Un puñado de luces desnudas, moribundas y tristes.
Las sirenas azules aúllan atravesando la avenida. A toda velocidad. Dos, cuatro, seis. Se saltan semáforos. Provocan frenazos. E improperios. En Vicálvaro deben de tener mucho follón. O un menú del día que te cagas. Jornada tras jornada.
Eres un inútil. No das un palo al agua. Eres un inútil. Lo único que haces es levantarte a la una. Eres un inútil. Lo único que haces es pasarte el santo día tirado en el sofá. ERES UN INÚTIL.
Me vacío con ojos borrosos. En el minúsculo cuarto de baño de hombres hay también una rubia despampanante. Treinta y pocos gloriosos años. Su pelo me roza la cara. 'Oye, estás tardando mucho, ¿no?'. Huele a cerveza, marihuana y sudor.