Vuelvo a casa en Metro. Junto a mí, viaja una pareja de jovenzuelos. Ella no para de rajar. Él le besuquea la cara, cada poco tiempo. (Chuic chuic chuic), babosos y chascosos.
Ella ni le mira, mientras cacarea nimiedades en un tono más alto del estrictamente necesario. Ayer se pintó las uñas de los pies de color azul turquesa. Giro el cuello disimuladamente para comprobarlo.
El chico vuelve a la carga. Su reserva de amor es inagotable. Como la de una puta babosa gigante. (Chuic chuic chuic).
Me repugnan esos ruiditos. Siento arcadas. Igual les vomito encima. Como John Doe.
Pongo el índice sobre el detector. Pita. Se lo piensa. Pita de nuevo. 'Acceso correcto'. Soy el número treinta y cuatro. Entro en la habitación. En su interior, quince personas a las que únicamente conozco de vista. Teclean, se aburren.
Eres demasiado joven para encadenarte. Demasiado egoísta, demasiado infantil. Piensas en lo tuyo pero no lo agarras. No lo trabajas tanto como deberías.
Ella dijo que eres lo más importante del mundo. Todos lo somos.
l curro. Las piernas me duelen cosa mala. No paran de moverse. El difusor de agua es un cabrón. Te la sirve a grado y medio. Y seguro que está envenenada. O algo peor. La subnormal de la cara taladrada me regaña.
Eres un inútil. No das un palo al agua. Eres un inútil. Lo único que haces es levantarte a la una. Eres un inútil. Lo único que haces es pasarte el santo día tirado en el sofá. ERES UN INÚTIL.