El futuro allí enfrente, riéndose de él. El pasado detrás, atormentándolo. 'Suerte que tengo este whisky de oferta', pensó el niñato. Y se sirvió otro chorro, procurando acertar en el vaso que se encontraba al otro lado de la ventana de lágrimas.
La yaya quería agasajar a sus invitados. Así que el yayo tuvo que hacerlo. Era un capón (gallo gigante) precioso. Las plumas negras, brillantes, el pico rojo, brillante, y los ojos de brillante fuego. Lo decapitó en la cocina.
«Me vi rodeado por una multitud enfervorecida. Los jóvenes se rasgaban las camisetas y gemían. El hielo en sus vasos, el viento en sus gargantas. Se revolcaban sobre una capa de basura de cinco dedos de espesor. Alguien había defecado en las duchas.
Los restos del desayuno acampan sobre el mantel. Ella ha tenido un apretón. Escucho cómo canta una de esas estúpidas canciones de la radio. Su voz ondea desde el cuarto de baño. Y tiene una voz preciosa. Yo juego al Angry Birds con su teléfono.
Pongo el índice sobre el detector. Pita. Se lo piensa. Pita de nuevo. 'Acceso correcto'. Soy el número treinta y cuatro. Entro en la habitación. En su interior, quince personas a las que únicamente conozco de vista. Teclean, se aburren.