Almuerzo en un bar, junto al metro de Avenida de la Ilustración. Bocadillo de calamares, tercio de Mahou, puñado de torreznos y 1984. Entro a currar en hora y media. Tic tac, tic tac. Aquí dentro se está de lujo.
El dueño se arrima desde el otro extremo de la barra. '¿Has visto?'. Su morcilloso índice señala un cartel pintado con tiza. Tiene otro igual en la entrada. PERRITOS CALIENTES A 1 EURO. '¿No quieres un perrito, chaval? Hoy los tengo a un euro'. Ese cartel lleva colgado en la puerta desde el bautizo de Matusalém. Sonrío. 'Hoy, ayer, anteayer, y la semana pasada'. '¡Pero igual mañana suben de precio!'. 'O bajan. ¿Quién sabe?', aventuro. 'Eso lo dudo bastante'.
Se hace el profundo. Se atusa la perilla. Se lía un cigarrillo y lo chupa. Aspira con los ojos entrecerrados. Como viendo algo más allá de la anodina tarde otoñal. Expulsa humo. Nos mira y nos escucha, condescendiente. 'Mediocres', parece pensar.
Si los académicos no aprecian mi prosa es por culpa de una ex novia que se quedó embarazada y nunca me confesó quién era el padre. Aunque, antes de largarse, me hizo una advertencia.
Eres un inútil. No das un palo al agua. Eres un inútil. Lo único que haces es levantarte a la una. Eres un inútil. Lo único que haces es pasarte el santo día tirado en el sofá. ERES UN INÚTIL.