Es hora de echar cuentas. Retiraos.
Dejad ese bullicio del paseo,
la mesa del café, la santa misa,
y el bello editorial de los periódicos.
Entrad en vuestra alcoba. Echad la llave.
Quitaos la corbata y la careta,
iluminad el fondo del espejo,
guardad el corazón en la mesilla,
abríos las pupilas y el costado.
Poneos a echar cuentas, hijos míos.
Tú, invicto general de espuela y puro,
echa tus cuentas bien, echa tus cuentas.
Toma tus muertos uno a uno, ciento
a ciento, mil a mil, cárgalos todos
sobre tus hombros y desfila al paso
delante de sus madres.
Y tú, ministro, gran collar, gran banda
de tal y cual, revisa, echa tus cuentas.
Saca tu amada patria del bolsillo
como un pañuelo sucio sin esquinas.
Extiéndelo y sonríe a los fotógrafos.
Y tú, vientre redondo, diente astuto,
devorador del oro y de la plata,
señor de las finanzas siderales,
echa tus cuentas bien, echa tus cuentas,
púrgate el intestino de guarismos
y sal si puedes que te dé la lluvia.
Tú, gordo y patriarcal terrateniente
esquilador de ovejas y labriegos.
Tú, cómitre del tajo y la galera,
azuzador de brazos productivos.
Tú, araña del negocio. Tú, pirata
del mostrador. Y tú, ganzúa ilustre
de altos empleos, ávida ventosa
sobre la piel más débil, echa cuentas,
medita y examínate las uñas.
Y tú, señora mía y de tu casa,
asidua del sermón y la película,
tú, probo juez de veinte años y un día,
tú, activo funcionario de once a doce,
y tú, muchacha linda en el paseo;
tú, chico de familia distinguida
que estudias con los Padres y no pecas.
Y tú, poeta lírico y estético,
gran bebedor de vino y plenilunios,
incubador de huevos de abubilla
en los escaparates fluorescentes,
sumad, restad, haced vuestro balance,
no os coja el inventario de sorpresa.
Tú no, pueblo de España escarnecido,
clamor amordazado, espalda rota,
sudor barato, despreciada sangre,
tú no eches cuentas, tienes muchas cifras
de saldo a tu favor. Allá en tu día,
perdónanos a todos nuestras deudas,
perdónanos a todos en tu nombre
y hágase al fin tu voluntad
así en España
como en el cielo.