Los poetas de siete años, de Arthur Rimbaud | Poema

    Poema en español
    Los poetas de siete años

    Y la Madre, cerrando el libro del deber 
    se marcha, satisfecha y orgullosa; no ha visto 
    en los ojos azules y en la frente abombada, 
    el alma de su hijo esclava de sus ascos. 

    Durante todo el día sudaba de obediencia; 
    muy listo; sin embargo, algunos gestos negros 
    pintaban en sus rasgos agrias hipocresías. 
    En el pasillo oscuro con cortinas mohosas, 
    le sacaba la lengua, al pasar, con los puños 
    metidos en las ingles, frunciendo el entrecejo. 
    Una puerta se abría en la noche: la lámpara 
    lo alumbraba en lo alto, gruñendo en la lomera, 
    bajo un golfo de luz colgado del tejado. 
    Sobre todo en verano, estúpido y vencido, 
    pertinaz, se encerraba en las frescas letrinas; 
    y allí pensaba, quieto, liberando su olfato. 

    Cuando el jardín, lavado del aroma del día 
    tras la casa, en invierno se inundaba de luna, 
    tumbado al pie de un muro, enterrado en la marga, 
    y apretando los ojos para tener visiones, 
    escuchaba sarnosos rumores de espaldares 
    ¡Compasión! sólo amaba a esos niños canijos, 
    que avanzan, sin sombrero, con mirar desteñido, 
    hundiendo macilentos dedos, negros de barro, 
    en mugrientos harapos que huelen a cagada 
    y que hablan con dulzura igual que los cretinos. 
    Y, si su madre al verlo, presa de compasiones 
    inmundas , se asustaba, la ternura del niño, 
    honda, se abalanzaba contra aquella extrañeza. 
    ¡Está bien! Pues tenía el ojo azul ––¡que miente! 

    A los siete, ya hacía novelas sobre el mundo 
    del gran desierto, donde la Libertad robada 
    luce: ¡sol, bosque, orillas, sabanas! Se ayudaba 
    con textos ilustrados en los que, ebrio, veía 
    Españolas que ríen y también Italianas, 
    y de pronto llegaba, loca y vestida de india, 
    ––ocho años––, ojos negros, la hija de los obreros 
    de al lado ––una bruta, que un día le saltó, 
    desde un rincón, encima, agitando sus trenzas… 
    y al verla encima de él, le mordía las nalgas, 
    pues no llevaba nunca falda con pantalón 
    ––Y como ella le hiriese con puños y talones, 
    se llevó hasta su cuarto el sabor de su piel. 

    Temía los tristísimos domingos de diciembre, 
    cuando, bien repeinado y en mesa de caoba, 
    leía en una Biblia de cantos color berza; 
    los sueños le oprimían cada noche en la alcoba. 
    No amaba a Dios; sólo a los hombres negros con blusa, 
    que veía, de noche, por el hosco suburbio, 
    donde los pregoneros, tras un triple redoble 
    de tambor, reunían entorno a las proclamas 
    el gruñido y los gritos de aquella muchedumbre. 
    Soñaba con praderas en amor, en las que olas 
    luminosas, perfumes y pubescencias de oro 
    se agitan lentamente hasta emprender el vuelo. 

    Y al gozar, ante todo, con las cosas umbrías, 
    cuando en la habitación, con la persiana echada, 
    alta, azul, aunque llena de ásperas humedades, 
    leía su novela mil veces meditada, 
    cargada de ocres cielos y bosques sumergidos, 
    y de flores de carne que hacia el cielo se abrían, 
    ¡vértigos y derrubios, fracaso y compasión! 
    ––Mientras iba creciendo el rumor del suburbio 
    en la calle––, acostado, solo, sobre cretonas 
    crudas, y presintiendo la vela con furor. 

    Arthur Rimbaud (1854-1891) fue un poeta francés conocido por su influencia sobre literatura y artes modernas, que prefiguraron el surrealismo. Comenzó a escribir a una edad muy temprana y destacó como estudiante, pero abandonó su educación formal en su adolescencia para huir de su hogar a París en medio de la Guerra franco-prusiana. Durante su adolescencia tardía y su edad adulta temprana comenzó la mayor parte de su producción literaria, luego dejó de escribir por completo a la edad de 20 años, después de reunir una de sus principales obras, Illuminations