Mientras que los gargajos rojos de la metralla silban surcando el cielo azul, día tras día, y que, escarlata o verdes, cerca del rey que ríe se hunden batallones que el fuego incendia en masa;
mientras que una locura desenfrenada aplasta y convierte en mantillo humeante a mil hombres; ¡pobres muertos! sumidos en estío, en la yerba, en tu gozo, Natura, que santa los creaste,
existe un Dios que ríe en los adamascados del altar, al incienso, a los cálices de oro, que acunado en Hosannas dulcemente se duerme.
Pero se sobresalta, cuando madres uncidas a la angustia y que lloran bajo sus cofias negras le ofrecen un ochavo envuelto en su pañuelo.
Es un surco de verdura donde canta un río prendiendo entre risas jirones de plata por las yerbas; donde el sol alumbra desde la altiva montaña: es una vaguada que hierve de fulgor.
Mientras que los gargajos rojos de la metralla silban surcando el cielo azul, día tras día, y que, escarlata o verdes, cerca del rey que ríe se hunden batallones que el fuego incendia en masa;
En las aguas profundas que acunan las estrellas, blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio, flota tan lentamente, recostada en sus velos... cuando tocan a muerte en el bosque lejano.
Lejos de rebaños, pájaros, aldeanas, bebía en cuclillas al lado del brezo, rodeado de tiernos bosques de avellano en la verde niebla tibia de una tarde.
Como de un ataúd verde, en hoja de lata, con pelo engominado, moreno, y con carencias muy mal disimuladas, de una añosa bañera emerge, lento y burdo, un rostro de mujer.
Me iba, con los puños en mis bolsillos rotos… mi chaleco también se volvía ideal, andando, al cielo raso, ¡Musa, te era tan fiel! ¡cuántos grandes amores, ay ay ay, me he soñado!
Señor, cuando los prados están fríos y cuando en las aldeas abatidas el ángelus lentísimo acallado, sobre el campo desnudo de sus flores haz que caigan del cielo, tan queridos, los cuervos deliciosos.