Acaricio la yerba dócil al tacto suave y humilde como el sayal como el suelo que lame que perfuma la planta que la pisa.
La yerba se desliza serpea como diez mil diminutas serpientes hechicera hechizada susurra se adormece y nos sume en sueño traspasado mientras que en amplias línea altas huye el cielo como un gran viento azul distante. Pero la yerba celosa desconfiada pide la mano acariciante el calor humano que la apacigüe la quiebre tenaz cotidiana incansable suavidad insidiosa de la paciencia invencible no perdona el desdén el abandono que no se escuche su tenue voz que reclama el cuidado amoroso el pulso el movimiento la humana presencia.
Si abandonada no oída su astucia levanta sus mil cabezas diminutas y persigue la planta humana que la deja borra su huella tapa los senderos y ocupa las ciudades traspasa la montaña y silba su aguja de crótalo en las casas sin puerta en las grandes salas sin ecos donde resplandecieron las hermosas mujeres entre altos espejos donde sonaron músicas y canciones y bellos trajes y joyas que fueron a las fiestas llenaron los días de luces las noches de caricias y rosas. No cae la yerba no como las gotas de fuego que llovieron sobre las ciudades de la planicie: se arrastra se desliza y se quiebran las columnatas porque ha llegado el reino oscuro y áspero y el hombre está lejos o yace bajo la yerba
Yerba: dulce lecho y cabecera dócil serpiente melódica bajo la mano bajo la caricia que la aplaca pero que no perdona el descuido que ama ser hechizada como una serpiente que quisiera danzar y ser aire femenina sutil grata a la mano muerde el talón que se aleja y silba su imperio desolado hasta el límite del horizonte y cubre huellas ciudades años.
No la noche que arrullan las ramas y balsámica con olor de manzanas, con el efluvio de la flor del naranjo; oh, no la noche campesina de piel húmeda y tibia y sana;
En la noche balsámica, en la noche, cuando suben las hojas hasta ser las estrellas, oigo crecer las mujeres en la penumbra malva y caer de sus párpados la sombra gota a gota.