Íbamos de camino. Mi cariño en sus brisas te oreaba. Tu cabello llevado entre los céfiros era también como brisa del alma. Eras también como brisa en la brisa. ¡Qué claridad rumorosa mis ansias! ¡Oh transparencia vital que encendía toda mi vida cual fuego en luz blanca! De mi alma entonces salía silvestre el aire fresco de la madrugada. Allá dentro, por dentro, ¡qué pura la caricia amorosa del alba! ¡Qué delicadas nubes se encendían y qué irisadas aguas! El mundo era el sonido y en mi interior sonaba.
El olfato no huele, ojo no mira. Ni gusta lengua ni conoce el seso. Eso sabemos, corazón que aspira. Tan sólo eso. Quién pudiera cual tú mirar tan leve esta colina que una paz ya toma: mirar el campo con amor, con nieve:
Tú que me miras, mírame hasta el fondo. Tú que me sabes, sábeme. Porque falta muy poco, porque el tiempo arrecia vendavales que se llevan ventanas y gemidos, besos, ruidos de calles, este silbido agudo que ahora escuchas en el vecino parque,
Íbamos de camino. Mi cariño en sus brisas te oreaba. Tu cabello llevado entre los céfiros era también como brisa del alma. Eras también como brisa en la brisa. ¡Qué claridad rumorosa mis ansias! ¡Oh transparencia vital que encendía
Mi corazón, lo sabes, no está con el que triunfa o que lo espera, con el juramento mercader que acecha el buen provecho, se agazapa, salta sobre la utilidad, que es su querida,
En el desván antiguo de raída memoria, detrás de la cuchara de palo con carcoma, tras el vestuario viejo ha de encontrarse, o junto al muro desconchado, en el polvo de siglos. Ha de encontrarse acaso más allá del pálido gesto de una mano