Tú que me miras, mírame hasta el fondo.
Tú que me sabes, sábeme.
Porque falta muy poco, porque el tiempo
arrecia vendavales
que se llevan ventanas y gemidos,
besos, ruidos de calles,
este silbido agudo que ahora escuchas
en el vecino parque,
las nubes delicadas que se juntan
en los azules gráciles
y el corazón con que me miras hondo
queriendo acariciarme.
Nada puedes hacer. Nada podrías
hacer. Déjate suave.
Es más fácil así. Vayamos juntos,
llevados por el aire,
si envejeciendo en el ciclón horrible,
unidos, esenciales,
mirándonos al fondo de la vida
y viendo allí la imagen
de nuestros cuerpos paseando dulces
por huertos virginales....
Eras tan clara. Junto al aire tanto
te amé.... En la tristeza grave
tú me arrancabas la melancolía
como una espina aguda de la carne;
me acompañabas en las horas puras;
me rozabas tan suave
con tus dedos sutiles, con tu dulce
modo de acompañarme....
(...) Fuiste como una niebla, como un vaho
de amor, como un vapor imponderable
que me envolviese en cálidas vislumbres
las duras realidades,
y que después, pasadas las aristas
crudas, me rodease
y me dijese: -Existes en el mundo.
Ven ya hacia el mundo. Ámame. (...)