Canto al hombre, de Carmen Conde | Poema

    Poema en español
    Canto al hombre

    Cuando eres, como ahora, hermoso y fuerte, 
    yo te amo. 
    Cuando el viento se doblega para ti, 
    cuando a la tierra tú la rindes, yo te amo. 
    Yo te amo por osado, 
    y te amo por heroico, por audaz y porque ofreces 
    tu hermosura y tu valor. Por derramado. 
    Firme tú sobre las nubes, navegando los espacios. 
    Duro tú sobre las aguas, descollante tu estatura 
    en lo azul del océano... Hombre joven que lo afrontas 
    cual un elemento más, siendo tú el lazo 
    de elementos de creación. Yo así te amo. 

    Desde lejos y despacio, torpemente en el comienzo, 
    tu andadura cada siglo acelerando... 
    así has llegado. 
    Y ya domas a los mares y a los cielos; los cabalgas 
    como potros tan salvajes como fuiste. A los astros 
    los asedias sin temor. Igual que un astro, que otro astro 
    participas del secreto compartido, constelando 
    como ellos mi cenit. Hombre, te amo. 

    Yo te amo y te contemplo, yo te admiro y yo te exalto. 
    E ignorando cómo cantan los arcángeles, te canto. 
    Mientras seas como eres, una luz entre las sombras, 
    una luz sobre los bosques, un clamor desde los labios; 
    mientras cantes y sonrías, esperanza de otro tú 
    ya menos agrio, 
    hombre joven, hombre fuerte, hombre hermoso, 
    yo te amo. 

    Aunque guardas en tus ojos viejas piedras del basalto 
    que formaba las murallas de Proverbios y del Cántico, 
    ya despierta tu mirada a la ternura 
    enajenados resplandores fugitivos de piedad por lo creado. 
    Como un hacha cortas tú, y eres tan blando 
    que te rayan las plegarias y el amor. 
    Eres compacto 
    y flexible, quebradizo, vulnerable... 
    ¿De qué rayo fulminose lo divino contra ti? 
    No te ha abrasado ni la cólera de Dios, ni su contacto. 
    Sobrepasas a tu propia lava impura, en sobresalto 
    de promesas y derrotas... Ajeno y amplio 
    como tierra y como el mar, como el espacio. 

    Pero, hermoso; pero, audaz. Loco de siembras 
    que, no estrellas sino mundos, vas hincando. 
    Empujaste las cavernas, destrozaste las pirámides, 
    desecaste los diluvios, apagaste los volcanes, 
    arrancan dando del planeta a los bienaventurados. 
    ¡No volvías la cabeza de oro puro a lo pasado! 
    Por cruel y por ardiente, yo te amo. 

    ¿Quién no aleja para ti lo que has huido; 
    quién no llora por tu amor lo que has matado? 
    Nunca yo que te contemplo; nunca yo 
    que me he entregado 
    a la sangre y al gemir de tantos duelos 
    como pueblan tu yacer y tus contactos. 

    Ahora, no. Que te liberas y me llevas por el aire, 
    confiando 
    en tu propia inteligencia, en tu arrebato. 
    ¡Ah, los vuelos que gobiernas con sonrisa 
    y dócil mundo 
    de instrumentos que tú mismo has inventado! 
    Y te sirven, como sirven los esclavos. 

    No desciendas, no me abatas. Hombre amado, 
    te sostengo y me sostiene un interminable rapto. 
    No eres rojo ni eres negro. Eres blanco, 
    el fúlgido centellear de intactos arcos. 
    ¡Atrévete con el Bien, sujétalo con tus brazos! 

    Hermoso varón que tanto presentía 
    y que he soñado. 
    Porque eres mi mejor yo, he ahí por qué te amo. 

    No te quiero cuando débil, sometido, acobardado. 
    Aunque torvo si acometes, más te busco despiadado 
    que humillando la cerviz como un toro sin sus mandos. 

    Que eres viejo, bien lo sé. Sé que debajo 
    de esta túnica de piel que te envuelve, 
    estás cansado de los siglos de rodar 
    para ver de Dios el brazo 
    que fulmina y que fulmina... Y, ¿no es cansancio 
    contemplar cómo te hundes en mi vientre, 
    deslizando tu niñez y tu vigor entre mis flancos 
    para luego desgajármelos despacio...? 

    ¡Ah, si halláramos la brisa, si encontráramos el látigo 
    que flagela y que consuma a los más enamorados! 
    ¡Por todo lo que venciste van tus piernas 
    de cobre forjando ajorcas para sujetar tu paso, 
    criatura que apretaría eternamente entre mis brazos! 
    Más allá de la vida y de la muerte, 
    Hombre, te amo. 

    • Ahora empezarás, mi vida, 
      a no dejarme vivir. 
      A que los días y sus noches sólo sean 
      el ahogo feroz de tu encuentro. 
      De tu incorporación a mí, 
      de tu revestimiento de mí. 
      A que mi sangre no sepa detenerse sola, 
      y se arroje a la tuya, a ti, 

    • Es igual que reír dentro de una campana: 
      sin el aire, ni oírte, ni saber a qué hueles. 
      Con gesto vas gastando la noche de tu cuerpo 
      y yo te transparento: soy tú para la vida. 

    • Cuando eres, como ahora, hermoso y fuerte, 
      yo te amo. 
      Cuando el viento se doblega para ti, 
      cuando a la tierra tú la rindes, yo te amo. 
      Yo te amo por osado, 
      y te amo por heroico, por audaz y porque ofreces 
      tu hermosura y tu valor. Por derramado. 

    • ¡Qué sorpresa tu cuerpo, qué inefable vehemencia! 
      Ser todo esto tuyo, poder gozar de todo 
      sin haberlo soñado, sin que nunca 
      un ligero esperar prometiera la dicha. 
      Esta dicha de fuego que vacía tu testa, 
      que te empuja de espaldas, 
      te derriba a un abismo