Confusión, de Carmen Conde | Poema

    Poema en español
    Confusión

    Ahora empezarás, mi vida, 
    a no dejarme vivir. 
    A que los días y sus noches sólo sean 
    el ahogo feroz de tu encuentro. 
    De tu incorporación a mí, 
    de tu revestimiento de mí. 
    A que mi sangre no sepa detenerse sola, 
    y se arroje a la tuya, a ti, 
    con la furiosa alegría de amarte, 
    del éxtasis de saberse tuya; 
    y de la angustia, 
    del tremendo milagro oscuro 
    ¡que es pertenecerte! 

    Ahora sí; ahora. 
    Cuando no me busca nadie, ni yo busco. 
    Porque tu voz llena de altos ecos la tierra, 
    y tu olor los jardines más sombríos, 
    y de tu pecho caen las campanas de mis deseos 
    de ti, de mí que por ti me recobro 
    y aprendo, vida mía, alma mía, amor, 
    que es verdad que soy de carne, 
    que es verdad que duelo, 
    y gozo, y sufro, y grito 
    porque soy tuya. 

    ¡Momento agotado del mundo, 
    éste en que te sé lejos de mí! 

    Apúralo todo, regresa a nuestro abismo 
    y déjame en ti sumida, 
    fuerza que se te dio sin lágrimas 
    de rebeldía; aunque con llanto de violencia 
    por verse tuya, 
    yo que no era de nadie, 
    ¡ni siquiera mía nunca!, 
    esclava tuya, entregada tuya, amante. 

    • Ahora empezarás, mi vida, 
      a no dejarme vivir. 
      A que los días y sus noches sólo sean 
      el ahogo feroz de tu encuentro. 
      De tu incorporación a mí, 
      de tu revestimiento de mí. 
      A que mi sangre no sepa detenerse sola, 
      y se arroje a la tuya, a ti, 

    • Es igual que reír dentro de una campana: 
      sin el aire, ni oírte, ni saber a qué hueles. 
      Con gesto vas gastando la noche de tu cuerpo 
      y yo te transparento: soy tú para la vida. 

    • Cuando eres, como ahora, hermoso y fuerte, 
      yo te amo. 
      Cuando el viento se doblega para ti, 
      cuando a la tierra tú la rindes, yo te amo. 
      Yo te amo por osado, 
      y te amo por heroico, por audaz y porque ofreces 
      tu hermosura y tu valor. Por derramado. 

    • ¡Qué sorpresa tu cuerpo, qué inefable vehemencia! 
      Ser todo esto tuyo, poder gozar de todo 
      sin haberlo soñado, sin que nunca 
      un ligero esperar prometiera la dicha. 
      Esta dicha de fuego que vacía tu testa, 
      que te empuja de espaldas, 
      te derriba a un abismo