John Dillinger y Le Chasseur Maudit, de Charles Bukowski | Poema

    Poema en español
    John Dillinger y Le Chasseur Maudit

    Está mal, y no es lo acostumbrado. Pero no me importa. 
    Veo chicas y me acuerdo de pelos en el lavabo. 
    Veo chicas y me acuerdo de intestinos. 
    Y vejigas, y movimientos excretorios. 

    Está mal también que las campanillas de los heladeros, los bebés, las válvulas de motor, plagióstomos, palmeras, pasos en el corredor… todo me entusiasme con la fría calma de la tumba. 
    El único alivio es, quizás, saber que hubo otros hombres desesperados: 
    Dillinger, Rimbaud, Villon, Babyface Nelson, Séneca, Van Gogh. 
    O mujeres desesperadas: luchadoras, enfermeras, camareras, putas poetisas… 
    aunque sí creo que el crujir de los cubitos de hielo es importante, 
    o un ratón husmeando en una lata de cerveza vacía; 
    dos huecos vacíos mirándose mutuamente, 
    o el mar nocturno claveteado de manchados barcos, que te penetra la cautelosa membrana del cerebro con sus luces, con sus saladas luces, que te tocan y se marchan, en busca del amor más sólido de una tal India; 
    o conducir largas distancias sin razón, narcotizado a través de cristales bajados 
    que te rasgan y agitan la camisa como un pájaro asustado. 

    Y siempre el semáforo rojo, siempre rojo. 
    Fuego nocturno, y derrota, derrota… 
    Escorpiones, chatarra, fardos: ex empleos, ex mujeres, ex rostros, ex vidas. 
    Beethoven en su tumba más muerto que una remolacha; 
    carretillas rojas, sí, tal vez; o una carta del infierno firmada por el diablo; 
    o dos chicos buenos moliéndose a golpes mutuamente 
    en algún estadio barato lleno de estridente humo. 

    Pero la mayoría de las veces no me importa, aquí sentado, con la boca llena de dientes cariados, aquí sentado leyendo a Herrick y a Spencer, y a Marvell y a Hopkins y a Bronte (a Emily hoy); y escuchando El hada de mediodía de Dvorak o Le Chausser Maudit de Franck. 

    En realidad no me importa, y está mal: recibo cartas de un joven poeta (muy joven, parece) diciéndome que algún día se me reconocerá sin duda como uno de los grandes poetas mundiales. 

    ¡Poeta! 

    Qué malversación: hoy he recorrido al sol las calles de esta ciudad, 
    sin ver nada, sin aprender nada, sin ser nada, y de regreso a mi habitación, 
    pasé junto a una vieja que sonreía con una horrible sonrisa; estaba ya muerta. 

    Y recuerdo cables en todos lados: cables de teléfono, cables eléctricos, cables para rostros eléctricos atrapados como peces de colores en el cristal y sonriendo; y los pájaros se habían ido; a ningún pájaro le gustan los cables, o la sonrisa de los cables. 

    Y cerré mi puerta (por fin), pero a través de la ventana era igual: 
    sonó una bocina; alguien se rió; corrió el agua de un retrete. 
    Y, entonces, cosa extraña, pensé en todos los caballos con números 
    que habían pasado frente al griterío; pasado como Sócrates, pasado como Lorca, como Chatterton… 

    Más bien supongo que nuestra muerte no importaba demasiado, 
    salvo por una cuestión de eliminación, un problema; 
    no creo lo que dicen; pero, igual que hago con las palmeras enfermas y la puesta de sol, a veces las miro.

    Charles Bukowski nació en Adernach, (1920-1994). Vivió en su infancia y adolescencia en un entorno familiar y social violento, hecho que marcaría el devenir de su posterior producción literaria. Pieza capital de la que se vino en llamar generación beat, su vida fue tan radical como las historias narradas en sus propias obras. Adicto al sexo, las drogas y el alcohol, su literatura, casi autobiográfica, es fiel reflejo de su lucha contra el aburguesamiento y la comodidad. Su realismo descarnado y lírico y su humor ácido y desencantado han influido en multitud de escritores de generaciones posteriores.