Ahí estaban los canarios, y el limonero
y la vieja con verrugas;
y ahí estaba yo, un niño
y tocaba las teclas del piano
mientras ellos hablaban.
pero no muy fuerte
porque tenían cosas que decir,
los tres;
y los veía cubrir los canarios por la noche
con sacos de harina:
«para que puedan dormir, cariño».
tocaba el piano bajito
una nota cada vez,
los canarios bajo los sacos,
y había pimenteros,
pimenteros que restregaban el tejado como la lluvia
y pendían de ventanas afuera
cual lluvia verde,
y hablaban, los tres
sentados en cálido semicírculo nocturno,
y las teclas eran blancas y negras
y respondían a mis dedos
como la magia encerrada
de un mundo adulto, a la espera;
y ahora han desaparecido, los tres
y soy viejo:
pies de pirata han hollado
los suelos de limpia paja
de mi alma,
y los canarios ya no cantan.