Orgullosa la pintura
al daguerotipo dijo:
«Por más que te empeñes, hijo,
no llegarás a mi altura.
Al vulgo retratarás,
que al vulgo desdeño yo,
pero a la gente de pro,
a los príncipes, jamás.
Tu tamaño reducido...
Luego, el no poder mirarte
como a mí, de cualquier parte...
La falta de colorido.....
Trabajas con equidad,
por eso has hecho fortuna,
mas no tiene duda alguna
que sin color no hay verdad.
Y aunque a veces a tu ruego
ilumino tus monotes,
¿quién no ve que son pegotes,
si idiota no es o está ciego?»
«Bien -dijo el daguerotipo-,
aun cierto el hecho en cuestión,
amiga, de tu opinión,
dispensa, no participo.
Juzgas que celebridad
entre los grandes no adquiero
porque no soy verdadero,
y es porque digo verdad.
Es porque a mentir no acierto,
y al contemplar su retrato
se encuentra chato el que es chato,
y sale tuerto el que es tuerto.
Por una inflexible ley,
sin consultar su nobleza,
trato con igual llaneza
al pordiosero y al rey.
Y no cual tú en mentir diestro,
¡cuántas veces he copiado
el semblante del malvado
como era, vil y siniestro!
Nada hay en ello que asombre,
obedeciendo los dos
yo, a la voluntad de Dios,
tú, a la voluntad del hombre.
Quien tesoros acumule,
en el lienzo o el papel,
con la pluma o el pincel,
puede pagar quien le adule.
Y en este mundo embustero
segura cosa es también
que nunca ha de faltar quien
mentiras dé por dinero.
Si tú conservas la palma,
es que el hombre en su abyección
no quiere mostrar cual son
ni su cuerpo ni su alma.»