¡Oh profundas raíces, amargor de veneno hasta mis labios sin estrellas, sin sangre! ¡Furias retorcedoras de una vida delgada en indeciso perfume! ¡Oh yertas, soterradas furias!
No sé. Sólo me llega, en el venero de tus ojos, la lóbrega noticia de dios; sólo en tus labios, la caricia de un mundo en mies, de un celestial granero.
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
No me digas que estás llena de arrugas, que estás llena de sueño, que se te han caído los dientes, que ya no puedes con tus pobres remos hinchados, deformados por el veneno del reuma.