Desde el tiempo de mi niñez, no he sido como otros eran, no he visto como otros veían, no pude sacar mis pasiones desde una común primavera. De la misma fuente no he tomado mi pena; no se despertaría mi corazón a la alegría con el mismo tono; y todo lo que quise, lo quise solo. Entonces -en mi niñez- en el amanecer de una muy tempestuosa vida, se sacó desde cada profundidad de lo bueno y lo malo el misterio que todavía me ata: desde el torrente o la fuente, desde el rojo peñasco de la montaña, desde el sol que alrededor de mí giraba en su otoño teñido de oro, desde el rayo en el cielo que pasaba junto a mí volando, desde el trueno y la tormenta, y la nube que tomó la forma (cuando el resto del cielo era azul) de un demonio ante mi vista.
En la primavera de mi juventud era mi destino buscar un lugar del ancho mundo que no pudiera amar menos, tan hermosa era la soledad del apartado lago, rodeado de negras rocas, y altos pinos que se elevaban alrededor.
Una vez, al filo de una lúgubre media noche, mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido, inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia, cabeceando, casi dormido, oyóse de súbito un leve golpe, como si suavemente tocaran,
En el más verde de nuestros valles, habitado por ángeles buenos, en otro tiempo un bello y señorial palacio, un palacio radiante, alzaba su cabeza. ¡En los dominios del monarca Pensamiento, allí se levantaba! Jamás un serafín tendió sus alas
Hubo aquí un valle antaño, callado y sonriente, donde nadie habitaba: partiéronse las gentes a la guerra, dejando a los luceros, de ojos dulces, que velaran, de noche, desde azuladas torres, las flores, y en el centro del valle, cada día,
Era la medianoche, en junio, tibia, bruna. Yo estaba bajo un rayo de la mística luna, que de su blanco disco como un encantamiento vertía sobre el valle un vapor soñoliento. Dormitaba en las tumbas el romero fragante,