¡Recibe en la frente este beso! Y, por librarme de un peso antes de partir, confieso que acertaste si creías que han sido un sueño mis días; ¿Pero es acaso menos grave que la esperanza se acabe de noche o a pleno sol, con o sin una visión? Hasta nuestro último empeño es solo un sueño dentro de un sueño.
Frente a la mar rugiente que castiga esta rompiente tengo en la palma apretada granos de arena dorada. ¡Son pocos! Y en un momento se me escurren y yo siento surgir en mí este lamento: ¡Oh Dios! ¿Por qué no puedo retenerlos en mis dedos? ¡Oh Dios! ¡Si yo pudiera salvar uno de la marea! ¿Hasta nuestro último empeño es solo un sueño dentro de un sueño?
Edgar Allan Poe (Boston, 1809- Baltimore, 1849) está considerado como el padre del relato detectivesco moderno y el gran transformador de la narrativa fantástica y de terror, que gracias a sus cuentos pasó de la atmósfera gótica de finales del siglo XVIII a la profundidad psicológica que se le atribuye al género en su edad moderna. Poeta, ensayista, crítico, periodista y narrador superdotado, Poe es conocido universalmente por un conjunto de textos —poemas como El cuervo, su única novela La narración de Arthur Gordon Pym y sus relatos sobrenaturales y de misterio— que supusieron la puerta de entrada de la literatura occidental tanto al simbolismo y el surrealismo como al género pulp. Los dominios de Arnheim es uno de los textos más singulares, a la vez que poco leídos, de este maestro del relato fantástico norteamericano.
En la primavera de mi juventud era mi destino buscar un lugar del ancho mundo que no pudiera amar menos, tan hermosa era la soledad del apartado lago, rodeado de negras rocas, y altos pinos que se elevaban alrededor.
Una vez, al filo de una lúgubre media noche, mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido, inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia, cabeceando, casi dormido, oyóse de súbito un leve golpe, como si suavemente tocaran,
En el más verde de nuestros valles, habitado por ángeles buenos, en otro tiempo un bello y señorial palacio, un palacio radiante, alzaba su cabeza. ¡En los dominios del monarca Pensamiento, allí se levantaba! Jamás un serafín tendió sus alas
Hubo aquí un valle antaño, callado y sonriente, donde nadie habitaba: partiéronse las gentes a la guerra, dejando a los luceros, de ojos dulces, que velaran, de noche, desde azuladas torres, las flores, y en el centro del valle, cada día,
Era la medianoche, en junio, tibia, bruna. Yo estaba bajo un rayo de la mística luna, que de su blanco disco como un encantamiento vertía sobre el valle un vapor soñoliento. Dormitaba en las tumbas el romero fragante,