Una noche soñé que un pulpo me quería. ¡Oh la indecible angustia de aquella aberración! Nunca he sufrido tanto; cuando amaneció el día dijérase que había perdido la razón.
¿Alguien ha visto un pulpo acercársele quedo, asqueroso y lascivo, monstruoso y feroz? Por vez primera supe qué es ser presa del miedo, qué es hundirse en la sima de una demencia atroz.
Él caminaba siempre, y yo huía, yo huía; sus tentáculos eran como una maldición caída del infierno sobre la carne mía que crispaba el espanto de la alucinación.
¡Qué terror! Se me helaban los gritos en la boca. ¡Qué terror! No acertaba ni auxilio a demandar. Y él avanzaba siempre, y yo, como una loca, ni siquiera sabía hacia dónde escapar.
Un tentáculo horrible sobre mí iba a caer como una helada mano blancuzca y amarilla, cuando al fin dando un grito que sacudió mi ser desperté sollozando de aquella pesadilla
que me hizo conocer el infierno del pánico, el dolor de lo innoble, el terror de lo infecto encarnado en lo inmundo de aquel pulpo satánico, tenebroso y maldito, misterioso y abyecto.
Si en mis ojos a veces un terror pavoroso refleja la impotencia de un grito silencioso, si parece que miro una horrenda visión, si a veces en mis labios hay un temblor de agonía, es desde que soñé que un pulpo me quería. ¿Cómo olvidar la angustia de aquella aberración?
Una noche soñé que un pulpo me quería. ¡Oh la indecible angustia de aquella aberración! Nunca he sufrido tanto; cuando amaneció el día dijérase que había perdido la razón.
Porque tu gracia es pura, creo en tu gracia, flor; y en la tuya, celeste criatura de amor. Creo en tu fortaleza, árbol potente, y creo en tu belleza ¡oh, Madona doliente! y en la suave tristeza que te nimba la frente.
¡Saludad a la risa que pasa! ¡Respetad a la jocunda masa que tiene por bandera un cascabel! La vida es vieja y fea; necesita una gasa que ciña alegremente su cabellera rasa, como una triunfante corona de laurel.
La noche trae mi esperanza rodando sobre la arena. ¡Mejilla de estrella virgen, garganta de luna llena! La noche trae mi esperanza con la ropa medio puesta, ¡espalda de nardo fresco, vientre en flor de primavera! Ola, un puñado de sal