Echa a volar su sueño en el campo vecino, a la alondra demanda el secreto del trino cuando lanza a los vientos su canción matinal; sabe de dónde nace la fuente rumorosa, distingue con su nombre a cada mariposa y oye correr el agua y se pone a soñar...
Yo le pregunto: Rosa, ¿no has visto nunca el mar?
En infantil asombro menea dulcemente la cabecita rubia, sobre la blanca frente cruza por vez primera una sombra fugaz, y se sacian sus ojos en el breve horizonte que a dos pasos limitan la verdura del monte, el arroyo de plata y el tupido juncal.
Oye hablar a la selva, cuya voz escondida guarda aun su misterio... ¡Es tan corta la vida para saberlo todo...! Siente la inmensidad de lo breve y humilde en el ritmo diverso que palpita en el alma de su pobre universo, y ante lo ignoto siente un ansia de llorar.
Del instante que pasa, la virtud milagrosa le revela el espíritu que vive en cada cosa y su blanca inocencia pugna por alcanzar un recóndito enigma...
Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje que da su nota blanca al azul de la fuente; él pasea su gracia no más, pero no siente el alma de las cosas ni la voz del paisaje.
Te engañas, no has vivido... No basta que tus ojos se abran como dos fuentes de piedad, que tus manos se posen sobre todos los dolores humanos ni que tus plantas crucen por todos los abrojos.
Y pienso que la vida se me va con huida inevitable y rápida, y me conturbo, y pienso en mis horas lejanas, y me asalta un inmenso afán de ser el de antes y desandar la vida.
Iremos por la vida como dos pajarillos que van en pos de rubias espigas, y hablaremos de sutiles encantos y de goces supremos con ingenuas palabras y diálogos sencillos.