Ritmo de otoño, de Federico García Lorca | Poema

    Poema en español
    Ritmo de otoño

    A Manuel Ángeles 
     
    Amargura dorada en el paisaje. 
    El corazón escucha. 

    En la tristeza húmeda el viento dijo: 
    Yo soy todo de estrellas derretidas, 
    sangre del infinito. 
    Con mi roce descubro los colores 
    de los fondos dormidos. 
    Voy herido de místicas miradas, 
    yo llevo los suspiros 
    en burbujas de sangre invisibles 
    hacia el sereno triunfo 
    del amor inmortal lleno de Noche. 

    Me conocen los niños, 
    y me cuajo en tristezas. 
    Sobre cuentos de reinas y castillos, 
    soy copa de luz. Soy incensario 
    de cantos desprendidos 
    que cayeron envueltos en azules 
    transparencias de ritmo. 
    En mi alma perdiéronse solemnes 
    carne y alma de Cristo, 
    y finjo la tristeza de la tarde 
    melancólico y frío. 
    El bosque innumerable. 

    Llevo las carabelas de los sueños 
    a lo desconocido. 
    Y tengo la amargura solitaria 
    de no saber mi fin ni mi destino. 

    Las palabras del viento eran suaves 
    con hondura de lirios. 
    Mi corazón durmiose en la tristeza 
    del crepúsculo. 

    Sobre la parda tierra de la estepa 
    los gusanos dijeron sus delirios. 

    Soportamos tristezas 
    al borde del camino. 
    Sabemos de las flores de los bosques, 
    del canto monocorde de los grillos, 
    de la lira sin cuerdas que pulsamos, 
    del oculto sendero que seguimos. 
    Nuestro ideal no llega a las estrellas, 
    es sereno, sencillo: 
    quisiéramos hacer miel, como abejas, 
    o tener dulce voz o fuerte grito, 
    o fácil caminar sobre las hierbas, 
    o senos donde mamen nuestros hijos. 

    Dichosos los que nacen mariposas 
    o tienen luz de luna en su vestido. 
    ¡Dichosos los que cortan la rosa 
    y recogen el trigo! 
    ¡Dichosos los que dudan de la muerte 
    teniendo Paraíso, 
    y el aire que recorre lo que quiere 
    seguro de infinito! 
    Dichosos los gloriosos y los fuertes, 
    los que jamás fueron compadecidos, 
    los que bendijo y sonrió triunfante 
    el hermano Francisco. 
    Pasamos mucha pena 
    cruzando los caminos. 
    Quisiéramos saber lo que nos hablan 
    los álamos del río. 

    Y en la muda tristeza de la tarde 
    respondioles el polvo del camino: 
    Dichosos, ¡oh gusanos!, que tenéis 
    justa conciencia de vosotros mismos, 
    y formas y pasiones, 
    y hogares encendidos. 
    Yo en el sol me disuelvo 
    siguiendo al peregrino, 
    y cuando pienso ya en la luz quedarme, 
    caigo al suelo dormido. 

    Los gusanos lloraron, y los árboles, 
    moviendo sus cabezas pensativos, 
    dijeron: El azul es imposible. 
    Creíamos alcanzarlo cuando niños, 
    y quisiéramos ser como las águilas 
    ahora que estamos por el rayo heridos. 
    De las águilas es todo el azul. 
    Y el águila a lo lejos: 
    ¡No, no es mío! 
    Porque el azul lo tienen las estrellas 
    entre sus claros brillos. 
    Las estrellas: Tampoco lo tenemos: 
    está entre nosotras escondido. 
    Y la negra distancia: El azul 
    lo tiene la esperanza en su recinto. 
    Y la esperanza dice quedamente 
    desde el reino sombrío: 
    Vosotros me inventasteis corazones, 
    Y el corazón: 
    ¡Dios mío! 

    El otoño ha dejado ya sin hojas 
    los álamos del río. 

    El agua ha adormecido en plata vieja 
    al polvo del camino. 
    Los gusanos se hunden soñolientos 
    en sus hogares fríos. 
    El águila se pierde en la montaña; 
    el viento dice: Soy eterno ritmo. 
    Se oyen las nanas a las cunas pobres, 
    y el llanto del rebaño en el aprisco. 

    La mojada tristeza del paisaje 
    enseña como un lirio 
    las arrugas severas que dejaron 
    los ojos pensadores de los siglos. 

    Y mientras que descansan las estrellas 
    sobre el azul dormido, 
    mi corazón ve su ideal lejano 
    y pregunta: 
    ¡Dios mío! 
    Pero, Dios mío, ¿a quién? 
    ¿Quién es Dios mío? 
    ¿Por qué nuestra esperanza se adormece 
    y sentimos el fracaso lírico 
    y los ojos se cierran comprendiendo 
    todo el azul? 

    Sobre el paisaje viejo y el hogar humeante 
    quiero lanzar mi grito, 
    sollozando de mí como el gusano 
    deplora su destino. 
    Pidiendo lo del hombre, Amor inmenso 
    y azul como los álamos del río. 
    Azul de corazones y de fuerza, 
    el azul de mí mismo, 
    que me ponga en las manos la gran llave 
    que fuerce al infinito. 
    Sin terror y sin miedo ante la muerte, 
    escarchado de amor y de lirismo, 
    aunque me hiera el rayo como al árbol 
    y me quede sin hojas y sin grito. 

    Ahora tengo en la frente rosas blancas 
    y la copa rebosando vino.

    Federico García Lorca (Fuentevaqueros, 5 de junio de 1898 – camino de Víznar a Alfacar, 1936) fue un poeta y dramaturgo español, adscrito a la generación del 27. Desde pequeño entró en contacto con las artes a través de la música y el dibujo. En 1915 comenzó a estudiar Filosofía y Letras, así como Derecho, en la Universidad de Granada. Formó parte de El Rinconcillo, tertulia de los artistas granadinos, donde conoció a Manuel de Falla. Entre 1916 y 1917 realizó una serie de viajes por España con sus compañeros de estudios, que inspiraron su primer libro Impresiones y paisajes (1918). En 1919 se instaló en la Residencia de Estudiantes de Madrid, coincidiendo con numerosos artistas e intelectuales como Luis Buñuel, Rafael Alberti o Salvador Dalí. Allí empezó a florecer su actividad literaria, con la publicación de obras como Libro de poemas (1921) o El maleficio de la mariposa (1920). En 1929 viajó a Nueva York por sugerencia de Fernando de los Ríos, plasmando este viaje en Poeta en Nueva York, que se publicaría cuatro años después de su muerte, en 1940. En 1931 fundó el grupo teatral universitario La Barraca, para acercar el teatro al pueblo mediante obras del Siglo de Oro. Otro viaje a Buenos Aires en 1933 hizo crecer más su popularidad con el estreno de Bodas de Sangre y a su vuelta a España, un año después, siguió publicando diversas obras como Yerma o La casa de Bernarda Alba. En 1936, al regresar a Granada, fue detenido y fusilado por sus ideas liberales.