Hijo mío, hoy van a salir todas las serpientes de sus cuevecitas: unas vendrán del Norte, otras vendrán del Sur, otras vendrán de los países del Nunca; saldrán del agua, del cieno, del oro, del corazón. Ten mucho cuidado y cuando te halles entre sus silbidos piensa en mi sueño y en la sortija que perdí..., ¡en cualquier cosa!, pero no les preguntes nada.
Hijo mío, hoy van a salir todas las serpientes, serpientes con crestas de rubí, con lomos de esmeraldas dormidas, con larguísimas colas anaranjadas y negras. Cada estrella mandará la suya, cada árbol, cada corazón. Cuando llegue la noche los hombres se asomarán a sus ventanas para verlas pasar y todos dirán: «¡No va la mía! ¡Yo no tengo serpiente!». Tú déjalas pasar a todas, a las negras como la que tiene Simonetta Vespucci, a las amarillas como la que asoma por la boca de la Envidia, del Giotto, a las gordas y lentas como la que tentó a la virgen Eva. Déjalas pasar con indiferencia, que ninguna de ellas te importe nada; pero si ves una roja, ágil y diminuta, que silba melancólicamente y salta como si tuvieras alas, acércate en silencio a ella y machaca su cabeza triangular con una piedra del camino. ¡Es la serpiente de mi corazón! Hijo mío, toma esta cruz de Caravaca y déjame llorar delante de mi espejo sin azogue.