Porque hemos descreído
de todo por principios
está bien no hacer nada,
salir sólo de noche
y apurar una copa
cuando cierran los sitios.
Está bien que la vida
nos convierta en sus cómplices
y que la vida misma
se encargue de aburrirnos,
traídos y llevados
por las malas pasiones.
Pero la Noche maga
está ya conspirando
para hacernos beber
su copa de veneno
y habrá que acostumbrarse
a vivir destronado.
Vendrán los jovencitos
a quitarnos el cetro,
y yo ya te estoy viendo,
removiendo tu vaso,
decirles que a la vida
hay que ponerle precio.
El precio que pusimos
a la nuestra, que fue
fingir no sentir mucho
el fracaso o la gloria,
el amor o el engaño;
esas cosas, ya ves,
que ahora se rebelan
contra nuestra memoria
pidiéndole las cuentas
del tiempo que se fue.
Porque el tiempo, ese lobo,
murió entre nuestros brazos
-y entre copas y rubias,
entre versos y bares-
sin saber si teníamos
un destino más alto.
Nos queda poco tiempo
para alcanzar la fama,
para crear leyendas
y atontar a las niñas
con frases misteriosas
y gestos de canalla.
Esta fiesta se acaba.
La luz viene muy fría.
¿No ves al enemigo?
Volvámonos a casa:
nos guiñan ya las gordas
y los viejos maricas.
No es el nuestro este mundo.
El nuestro lo indendiamos
una noche de fiesta
bailando con borrachas
y prometiendo a todas
un vestido de raso.
Pero eso se acabó.
Nos presentó batalla
el tiempo, que es furtivo.
Sólo nos queda, Carlos,
recordar viejos triunfos
y asearnos el alma.
La pasión será un fuego
hace ya tiempo extinto,
y el tiempo sólo un método
feliz con el que herirnos,