Cantando la cigarra pasó el verano entero sin hacer provisiones allá para el invierno; los fríos la obligaron a guardar el silencio y a acogerse al abrigo de su estrecho aposento. Viose desproveída del precioso sustento:
Entre montes, por áspero camino, tropezando con una y otra peña, iba un viejo cargado con su leña maldiciendo su mísero destino. Al fin cayó, y viéndose de suerte que apenas levantarse ya podía, llamaba con colérica porfía
Cierta viuda, joven y devota, cuyo nombre se sabe y no se anota, padecía de escrúpulos, de suerte que a veces la ponían a la muerte. Un día que se hallaba acometida de este mal que acababa con su vida, confesarse dispuso,
Un cura y su criada en una aldea la noche de difuntos se calentaban juntos al fuego de una grande chimenea. La doncella era joven y graciosa tanto como inocente, y el cura un hombre ardiente, de barriga y gordura prodigiosa,
Érase una gallina que ponía un huevo de oro al dueño cada día. Aun con tanta ganancia mal contento, quiso el rico avariento descubrir de una vez la mina de oro, y hallar en menos tiempo más tesoro. Matóla, abrióla el vientre de contado;
En la rama de un árbol, bien ufano y contento, con un queso en el pico, estaba el señor Cuervo. Del olor atraído un Zorro muy maestro, le dijo estas palabras, a poco más o menos: «Tenga usted buenos días, señor Cuervo, mi dueño;
Un gallo muy maduro, de edad provecta, duros espolones, pacífico y seguro, sobre un árbol oía las razones de un zorro muy cortés y muy atento, más elocuente cuanto más hambriento.
Una noche ardorosa, después de haber cenado alguna cosa, la joven Isabela en su lecho acostada del todo despojada trataba de entregarse al dulce sueño. Mas una infame pulga la desvela picando con empeño ya el reducido pie, ya la rodilla,