La oración de San Gregorio, de Félix María de Samaniego | Poema

    Poema en español
    La oración de San Gregorio

    Un cura y su criada en una aldea 
    la noche de difuntos 
    se calentaban juntos 
    al fuego de una grande chimenea. 
    La doncella era joven y graciosa 
    tanto como inocente, 
    y el cura un hombre ardiente, 
    de barriga y gordura prodigiosa, 
    porque siempre estos bienaventurados 
    son de salud por el Señor colmados. 
    Al ir al dormitorio, 
    la mujer dijo al cura, compungida: 
    -¡Ay, señor! Estarán en la otra vida 
    almas del Purgatorio 
    esta noche esperando 
    los sufragios que allí vayan llegando 
    de unas y otras gentes, 
    para subir al Cielo, 
    y, aunque he rezado yo por mis parientes, 
    no sé si este consuelo 
    lograrán por mis cortas oraciones, 
    -Cierto, la dijo el cura, suspirando, 
    desnudo ya, subiéndose a la cama 
    y sus formas rollizas enseñando; 
    cierto que no hay sufragios suficientes 
    para sacar las ánimas benditas 
    de la llama cruel del Purgatorio, 
    si no es cierta oración de San Gregorio 
    que consigue indulgencias infinitas. 
    Cada vez que se reza por un alma, 
    sube al instante al Cielo con su palma; 
    mas no puede rezarse 
    sino entre dos al tiempo de acostarse. 
    -¡Oh! Si en esto consiste, 
    respondió la doncella, 
    señor cura, por Dios que la recemos 
    entre los dos, y luego dormiremos; 
    iranse por mis padres aplicando 
    al tiempo de ir rezando. 
    -Bien: aunque tengo sueño, dijo el cura, 
    lo haré porque te estimo: 
    acuéstate a mi lado 
    y no tengas cuidado 
    si en medio del fervor a ti me arrimo, 
    porque estas oraciones 
    tienen su ahogo y sus espiraciones. 
    Con arreglo a las tales circunstancias, 
    rezaron juntos la oración primera, 
    que se aplicó a la madre 
    de la pobre soltera, 
    y ella exclamó: -Prontito por mi padre 
    recemos, señor cura, que no dudo, 
    por el placer que el rezo me ocasiona, 
    que mi madre en el Cielo se corona. 
    Como mejor se pudo, 
    y a fe que bien lo hicieron, 
    después rezando fueron 
    por los tíos, hermanos 
    y parientes lejanos 
    de que se fue acordando la mozuela, 
    y en fin sólo un abuelo 
    faltaba de tan larga parentela 
    que conducir al Cielo. 
    El cura, ya cansado 
    porque había salvado 
    con su santa faena 
    diez ánimas en pena, 
    por más que se afanaba, 
    se encendía y sudaba 
    y mil esfuerzos con vigor hacía, 
    arrancar aquel muerto no podía; 
    y la moza notando 
    esta falta, le dijo: -¿Qué? ¿Mi abuelo 
    no ha de subir al Cielo? 
    A que respondió el cura desmontando: 
    -No, porque él no rezaba a San Gregorio. 
    Déjalo que se esté en el Purgatorio.