La música, sí, la música... Piano banal del piso de enfrente. La música en todo caso, la música... Aquello que viene a buscar el llanto inmanente de toda criatura humana. Aquello que viene a torturar la calma con el deseo de una calma mejor... La música... Un piano allí arriba con alguien que lo toca mal. Pero es música... ¡Ah, cuántas infancias tuve! ¿Cuántas buenas tristezas? La música... ¡Cuántas más buenas tristezas! Siempre la música... El pobre piano tocado por quien no sabe tocarlo. Pero, a pesar de todo, es música. Ah, ahí consiguió una nota continua —una melodía racional—. ¡Racional, Dios mío! ¡Como si alguna cosa fuera racional! ¿Qué nuevos paisajes en un piano mal tocado? ¡La música!... ¡La música...!
En la calle llena de sol vago hay casas detenidas y gente que camina. Una tristeza llena de pavor me cala. Presiento un suceso más allá de las fachadas y de los movimientos.
La esencia de la tiranía es la fuerza que nos obliga, y la fuerza que nos obliga, o nos obliga absolutamente o relativamente, es decir, condicionadamente.