¡Sosiégate, corazón! ¡No desesperes! Tal vez un día más allá de los días encuentres lo que quieres porque no lo quieres. Entonces, libre de falsas nostalgias, alcanzarás la perfección de ser.
¡Pero pobre sueño el que solo quiere no tenerlo! ¡Pobre esperanza la de existir tan solo! Como quien se pasa la mano por el cabello y en sí mismo se siente diferente, ¡ah, cuánto mal hace al sueño el concebirlo!
¡Sosiégate, sin embargo, corazón! ¡Duerme! El sosiego no quiere razón ni causa. Sólo quiere la noche plácida y enorme, la grande, universal, solemne pausa antes de que todo se transforme en todo.
En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños, yo era feliz y nadie había muerto. En la casa antigua, incluso mi cumpleaños era una tradición de siglos, y la alegría de todos, y la mía, estaba asegurada con una religión cualquiera.
No sé cuántas almas tengo a cada momento mudo. Continuamente me extraño. Nunca me vi ni encontré. De tanto ser, sólo tengo alma. Quien tiene alma no tiene calma. Quien ve es sólo lo que ve, quien siente no es quien es,
Esta vieja angustia, esta angustia que traigo hace siglos en mí, rebasó la vasija, en lágrimas, en grandes imaginaciones, en sueños al estilo de pesadilla sin terror, en grandes emociones súbitas sin sentido alguno. Rebasó.
Ven Noche antiquísima e idéntica, noche Reina nacida destronada, noche igual por dentro al silencio, Noche con estrellas, lentejuelas rápidas en tu vestido con franjas de infinito.
Un día, en un restaurante, fuera del espacio y del tiempo, me sirvieron el amor como callos fríos. Delicadamente dije al encargado de la cocina que los prefería calientes, que los callos (y eran a la manera de Oporto) nunca se comen fríos.