Dame un minuto por favor. Me gustaría hablar en este aciago día sobre la... sobre la paz en el mundo:
Aprovecho esta... a ver si me dejan.
Esta importante recepción para defender... defender aquello que todos tenemos... que tenemos en común. Defender los derechos... Los derechos universales como garante... como garante de la... de la civilización.
En este aciago día... a ver si paran ya con... Perdón. En este aciago día apelo... a la voluntad de los individuos para con la dignidad de...
de los pueblos. Y termino... Termino ya. Seré... Seré breve.
La paz es un... La paz es un derecho... Un derecho imprescindible... Imprescindible para la supervivencia... La supervivencia de la especie.
¿Ha terminado?
(No... siguen cayendo... Las bombas... siguen cayendo)
No preguntes por qué, pero me cuesta, me duele cerrar cualquier libro por su verdad final. Me exaspera la finitud sabida de cualquier gran historia, el veinte por ciento abierto o cerrado de par en par. A veces creo que he nacido para mirar al vértigo a los ojos.
Los hay que no pueden dejar de fumar, los hay alcohólicos y cada siete días, los hay adictos a la coca, a la heroína, a la próxima forma de evadir o alucinar.
Casi sin darme cuenta, estoy empezando a rechazar moralmente a aquellos que consideran que el reloj marca las dos. En realidad, nunca son las dos. Los rechazo como seres inconscientes, aduladores de la banalidad y cíclicamente hipócritas, a conveniencia periódica.
La memoria está poblada a bocajarro. Como aquel vietnamita, como aquel 2 de mayo. Dos formas de enfrentarse, solicitar la certeza del terror: “¡No me mates!”, “¡Mátame!”; dos formas de despedirse, expulsar un ayer definitivo.
Hay quienes cobran la baja mientras trabajan, y quienes trabajan pero nunca cobrarán paro. Hay quienes se dan de alta y no trabajan y quienes son pobres y/o trabajan y/o como esclavos y/o sin contrato.