El sol de la timidez me lame la nuca, eriza las ideas en atascado fluir del verbo, lengua sin idioma, paladar sin verso.
¿A qué sabe un poema? ¿De qué color son los sueños?
Blanco, amarillo, violeta amargo, si no es compartido.
Sus labios... ¿A qué saben con los míos? ¿Y los míos?
¿Acaso saben de sueños?
Me mojo los labios y repito la jugada:
¿A qué saben sus labios con los míos? ¿Por qué sus labios? ¿Acaso con los suyos, estos, serán más lúcidos, menos míos?
Muérdete la lengua, que sangre el idioma sus sinónimos de jerga desarmada, anegue a tragos tu ironía desencantada.
Sus labios son suyos, y más suyos son los míos cuando su baile nombra los juncos pronunciados de brisa, los suspiros de mariposa anhelante, arrullo de melodía vespertina,
creo en los labios en la fortaleza de los suyos; mis besos, se los guardo. Sus besos: los entregue a cada rato.
Transcurrir en banquete o hambruna, vida requerida, dulce, insatisfactoria, limitada a intermitencias como lo está una cucharilla: liviana, ligera sólo contiene lo que no rebosa, agujero en potencia.
No puedo quitarme, no puedo sacar de mi cabeza la memoria flácida y marmórea carne más allá de esta frontera epidérmica que una viva imagen de muerte ignora.