No preguntes por qué, pero me cuesta, me duele
cerrar cualquier libro por su verdad final.
Me exaspera la finitud sabida de cualquier gran historia,
el veinte por ciento abierto o cerrado de par en par.
A veces creo que he nacido para mirar al vértigo a los ojos.
La estantería está infectada de libros a medias,
de obras pactadas archicompletas o inacabadas, lluviosas
cualquier día válido para saber esperar. El mundo
necesita menos marcapáginas que dividan las horas,
necesita perderle el miedo a doblar la esquina que lo merezca,
ir a pescar peces imposibles, amar también a sangre fría.
¿Sigues ahí Platero? Por favor, que la luna no te desinfle de ceniza.
Ni se te ocurra, Lazarillo travieso, lavar el estómago de Quimera.
No me mires el culo mientras salimos del averno, Eurídice,
no avives la duda con silencios de caverna. Canta nuestra canción,
reminiscencias del paladar, del son de mar, del mundo de Sofía.
No preguntes cómo acaba esta historia. Saborea todas las recetas
del amor, los mejores argumentos del cuerpo para el sexo
y otros tantos manuales sobre cómo se deben hacer las cosas
sin importar el idioma. Comienza el mapa desde donde estás,
nombra una por una las ciudades plagadas, cuenta los pasos del río
sobre el agua, colorea los centímetros de las montañas.
Nombra la pequeñez transparente y la estrella muerta
que atraviesan indemnes la oscuridad.
Esta historia no tiene por qué acabar. Quedarán mil noches
después de una, si la primera no es letal. Si de verdad me amas,
no tiene por qué acabar. Aprendí magia para volar sin volar.
Pero abandonaron al coronel entre mágicas moscas triangulares.
Pero nunca atraca el barco a la vez en todos los ángulos de la verdad,
pero han cerrado el astillero de las horas inútiles, de las manos vacías;
pero los días son excusas en un turbio páramo de fantasmas irreconocibles.
Pero hace calor, calor de pegamento en este desierto inagotable.
Niebla, estate tranquila, no estoy dispuesto a matar a nadie que no sea mi sombra.
Tampoco conmigo es el final. No me dan miedo los molinos,
más gigante es Dulcinea cuanto más lejos está. Nadie nos espera
con los brazos abiertos; siquiera la ambición de Sancho,
cansado sin comer y de andar. Sólo te prometo esta historia,
la pienso terminar. Antes de que cualquier Gran Hermano
arranque del fondo la memoria desde su mirada y voluntad.
Pronto perderé el rastro de la esperanza. Tarde o temprano volveré a embarcar,
quién sabe bajo qué odio antiguo o nombre nuevo brotará el viento solar.
Se acerca el desencuentro y no hago más que imaginar.
La historia del final es tan mía que no se va a escapar.
No me mires el culo. Yo escojo mi hogar inalienable
por encima de cualquier interpretación de libertad.
Yo soy mi única Constitución aprobada democráticamente,
un iluso descendiente de la Declaración Universal.
Ella, la estrella polar, mi Principita, quiero pensar.
¿Sigues ahí, Platero?
A los hechos me remito
ante la duda
bajo llave
cabe esperar
con el rabo entre las piernas
contra lo establecido
de perdidos al río
desde que nací
en el brillo de tus ojos
entre pasado y futuro
hacia tu rostro
hasta chocarme
Todo ha sucedido más rápido
de lo esperado.
La bala atravesó su cabeza
antes incluso
de que la gota de sudor
o lágrima, no se sabe,
impactara
contra el suelo.
Antes incluso
que el barro.
“Disculpe señor ministro
pero es usted un cabrón”.
La sala parecía estar de acuerdo,
hasta el mismísimo presidente
callaba a favor. “Lo es”,
empezó a decir, “ministro
esperanzador. Es usted
sin duda un gran cabrón,
si no el mejor”.
Ahora tienes que decirlo,
bien alto y bien claro.
Decirlo bien, nada de susurros
de altavoz descabezado.
Como tú sabes. Ya saben
de lo que eres capaz
cuando te escondes.
Como efecto de esta sociedad
puedo decir y digo sin reparo,
en efecto, soy fracaso.
Soy minoría lleno de miedos,
enemigo del odio equivocado;
de pulgas, a perro flaco.
Tengo que ir.
Todavía no he ido.
Tengo que ir pronto.
Enfrentarme solo
a su espacio fértil
amplio como un silencio
y sonreír agradecido
a su palabra de tierra.
Estar.
Estar con ella.
Al acertar es imposible escoger lo heredado,
señalar el amor que nos viene encontrado.
Cuántos dedos son, sin haberlos tocado,
meses que el mar deshizo en naufragios.
Para que me escriba un poema
he soltado el lápiz,
me han arrastrado los pies hasta mi puerta
de lo bello: frágil.