No puedo quitarme, no puedo sacar de mi cabeza la memoria flácida y marmórea carne más allá de esta frontera epidérmica que una viva imagen de muerte ignora.
No puedo olvidar ni la imagen ni tragarme la vergüenza ajena que me señala: culpable, pudiste y no hacer nada es el poso de esta desdicha.
No puedo amar enteramente o dormir enteras las noches; no puedo ignorar las vallas al horizonte, no puedo perdonar eso que somos todos y no se aguanta.
Una vez quise ser bibliotecario para matar moscas en el trabajo, regañar a algún huérfano de libro, traslucir sinopsis de una máscara, adivinar la signatura pendiente.